Hoy hay un poco más de vida en la calle. Primero fueron los árboles y luego fueron los niños, pero la vida, al final, reaparece. Hoy han dejado salir a la calle a esos seres bajitos que cantaba Serrat. Y lo que pudiera haber sido el séptimo domingo anodino con el silencio solo roto por el canto de los pájaros día a día cada vez más estridente, se ha convertido en una nueva sonoridad de voces infantiles. Cuánto tenemos que aprender de los niños. Cuánto tenemos que sacar a nuestro niño o niña interior. Nadie como ellos son capaces de asombrarse con lo cotidiano, que ya no lo es tanto. Solamente ellos son capaces de descubrir las margaritas del parque, admirar su belleza y decirlo abiertamente, como su fuera la mejor obra de arte del mundo. Tal vez sea así.