Cristina Marín Chaves
Petróloga. Licenciada en Ciencias Geológicas por la Universidad de
Zaragoza
Juan Ignacio Bernués Sanz
Doctor europeo en Arte por la Universidad de Zaragoza
Publicado en la Revista Aragón del SIPA, EN EL Nº 379, Año 90, diciembre de 2015, pp 45-50
Durante
este año, 2015, se ha cumplido el cuadragésimo aniversario del inicio de una
experiencia artítica verdaderamente innovadora e ilusionante en un panorama
cambiante y no exento de tensiones como fue el de la Transición política
española. La historia del Symposium Internacional de escultura y arte del Valle
de Hecho (1975-1984), organizado por el escultor Pedro Tramullas en este hermoso enclave pirenaico, resume a su
manera la evolución durante toda una década de una disciplina –la escultórica–
que tiende a salir de los espacios cerrados de museos y galerías y a confluir,
progresivamente, por un lado con lo público y, por otro, a buscar un inédito
acercamiento y una simbiosis con la naturaleza, en un esfuerzo por adaptarse a
un panorama internacional con algunos años de evolución y desarrollo dentro de
estos intereses. Con estas líneas pretendemos además ahondar en la materia, la
piedra, de la que se compone la obra para llegar al espíritu, al concepto mismo
del Symposium.
Como señalaba Pedro Tramullas –dinamizador y organizador de este symposium, pionero en España dentro del espítiru del moviento internacional impulsado por el austriaco Karl Prantl en Sankt Margarethen (Austria)– se trató en todo momento de una experiencia de carácter abierto y pluridisciplinar, en que la escultura fue el «elemento predominante», pero no exclusivo. Según Tramullas «Durante los diez años de funcionamiento del Symposium intervinieron: La escultura, la Pintura, el Fresco, la Cerámica, el Mosaico, la Música, el Teatro, el Cine, el Grabado y los Títeres» (BERNUÉS y PÉREZ-LIZANO, 2002). Fruto de esos diez años de creación en los que participaron cerca de 80 artistas de 20 nacionalidades, el pueblo de Hecho es propietario hoy en día de una colección de casi 100 obras artísticas que presentan una gran variedad en cuanto a sus temáticas, técnicas, estilos y calidades.
En esta publicación nos vamos a ocupar únicamente de la escultura, y de la materia de la que ésta esencialmente se nutre en el marco de este symposium desde un enfoque completamente novedoso e interdisciplinar, la llamada «caliza de Peña Forca», que las manos de los artistas supieron trabajar con gran sensibilidad hasta hacer aflorar el «alma oculta de las cosas» en cada uno de los bloques, en un ambiente grupal y de colectividad, que bien cabría ser calificado como «utópico». Utopía que empapa también el propio planteamiento del proyecto en su conjunto, y en buena medida, el trabajo de los artistas implicados en la búsqueda a través del material de esa espiritualidad a la que Teilhard de Chardin cantaba en su famoso poema «Himno al Universo»:
[...] Bendita
seas, poderosa Materia, evolución irresistible, realidad siempre naciente, tú
que haces estallar en cada momento nuestros esquemas y nos obligas a buscar
cada vez más lejos la verdad.[1]
En su estado actual, el visitante que acude al Museo de Escultura al Aire Libre se encuentra de pronto en un espacio poco habitual, un escenario lleno de personalidad dónde la unión entre el Arte y la Naturaleza es capaz de generar «sensaciones diferentes». Las esculturas van ganando altura a lo largo de un paraje denominado «La Cuesta», una colina muy próxima a la villa chesa que se va escalonando en suaves pendientes y pequeños prados, en la que es muy patente la transformación colorística de las estaciones a lo largo del año y proporciona, en su parte más alta, amplias panorámicas de la ribera del Aragón Subordán y del caserío de Hecho hacia el Este y de los altos y característicos macizos de Peña Forca y Lenito hacia el Norte.
Esta ladera del monte ostenta una gran diversidad de ambientes ya que combina un espeso bosque de pino silvestre, con zonas despejadas y fuertemente soleadas, de suelo pedregoso y seco con una vegetación arbustiva típica del piso de media montaña pirenaica con especies como el erizón y el boj, y una serie de praderas más o menos extensas apropiadas para un aprovechamiento de tipo pastoril. Las obras escultóricas se encuentran dispuestas en ascensión a lo largo del monte, ocupando tres tipos de espacios bien diferenciados: por una lado en las praderas escalonadas, extensas y ajardinadas de su parte más baja se diseminan las esculturas más antiguas que suelen estar ancladas en basamentos de hormigón, con una distribución un tanto «geométrica» lo que imprime al conjunto una sensación de cierta artificiosidad. Conforme se va ganando altura a través de un trazado difuso de caminos pedrestres y sendas, los márgenes de estos caminos y sus recodos se ven a veces ocupados por determinadas esculturas que buscan un ambiente más natural; algunas se erigen en espacios abiertos y luminosos con vistas muy aéreas sobre el paisaje, y otras, en cambio, aparecen insospechadamente en rincones íntimos, claroscuros y frescos que lindan con la vegetación más cerrada del bosque de pino silvestre; por último, algunas obras se ubican dentro del bosque propiamente dicho, en una «atmósfera encantada» dónde las ramas tamizan los rayos del sol, buscando una relación más estrecha con la naturaleza.
Además de su obvio interés por integrarse en el medio natural, uno de los aspectos más interesantes y desconocidos de esta instalación escultórica es el carácter simbólico de su planteamiento como vehículo de transmisión de ciertas tradiciones herméticas, en la línea estética más pura de su organizador, Pedro Tramullas. En este contexto, la piedra, su tallado y su disposición sobre el terreno se empapan por unos fuertes tintes simbólicos que marcan una neta distinción respecto a otros proyectos aparentemente similares. Su enraizamiento con los presupuestos, mitos, ritos y creencias de lo que se entiende con carácter general como «Tradición Hermética» de Occidente, conexionan este conjunto de obras con un conocimiento de tipo «iniciático», emanante de una comprensión primitiva –que no primitivista– del mundo muy poco corriente hoy en día, con una señalada tendencia hacia la integración, en binomio inseparable, de lo material y lo espiritual. La «poética de lo ancestral», aplicada por Pedro Tramullas sin ambages en este proyecto, persigue establecer la práctica escultórica como un vehículo de conocimiento franco y directo con esas fuerzas sagradas y realidades misteriosas que proporcionan, desde tiempos inmemoriales, sentido de la trascendencia a la vida humana; un auténtico viaje en el tiempo, un retorno a la visión profunda del mundo y de la vida que dio forma al imaginario de nuestros ancestros que, a pesar de lo que pueda parecer, aún perdura con intenso vigor en nuestro inconsciente personal y colectivo.
De tal manera, estrictamente asentado en unas bases simbólicas, el museo de Hecho pretende establecer un diálogo entre el ser humano y el material, cuya última meta sería alcanzar ese que ha sido desde siempre objetivo prioritario de todo verdadero «alquimista»: escapar del inmaduro estado de la «piedra bruta» y espiritualizar la materia, regenerarla, hasta conducirla a su estado de vibración más sublime posible, para que sea un elemento de transformación positiva al servicio del ser humano y un ennoblecimiento espiritual de su entorno vital. O, lo que lo mismo, aventurarse simbólicamente a través de la práctica escultórica en una honesta búsqueda de la mítica «Piedra filosofal». Una búsqueda mítica, sin duda, y hasta literaria –podría decirse– pero que tiene un origen muy físico: la esencia de un material como es la roca.
Cuando hablamos de la piedra utilizada en este symposium–incorrectamente denominada en su mometo «mármol» de Peñaforca– nos referimos en realidad a una caliza de tono gris claro rica en fósiles y nódulos de sílex, lo que determina sus cualidades de extrema dureza y resistencia puestas de manifiesto por los artistas que la trabajaron; así el artista Paco Rallo durante su participación en 1978, señalaba al respecto: «los golpes de puntero producían unos característicos chisporroteos y sus esquirlas cortantes saltaban con fuerza convirtiéndose en proyectiles peligrosos, de forma que los escultores debíamos protegernos siempre los ojos en nuestro trabajo. BERNUÉS y PÉREZ-LIZANO (op. Cit.) advertían también que los bloques dispuestos por los servicios municipales para que fueran tallados por los artistas –normalmente con medios muy rudimentrios–, en el lugar en que actualmente se conforma el museo de escultura al aire libre, no se extraían de una cantera convencional, sino que se trata de derrubios procedentes del macizo de Peña Forca y rodados hasta el valle del Aragón Subordán. Incluso se planteó en su momento la explotación industrial de la zona canterable, pero se desechó posteriormente la idea por las dificultades que suponía el complejo acceso a la materia prima.
Durante la visita que realizamos los autores del artículo al espacio dedicado a Museo de Escultura al Aire Libre, resultado de la celebración del Symposium Internacional de Escultura y Arte durante 10 años consecutivos, tomamos dos muestras de roca de sendos bloques caídos, para su posterior estudio, que nos aportan algunos datos interesantes sobre las características propias de este material tan especifico que ha servido, a la sazón, para plantear una reflexión sobre la pretensión de esta experiencia de unificar, lo espíritual y lo material en una misma realidad indisociable.
Peña Forca es un macizo de roca caliza que, junto con la cima de Lenito conforman un valle interior con los Alanos. Está entre los valles de Ansó, Zuriza y Hecho, en el Pirineo Central oscense. Geológicamente corresponde a las Sierras Interiores al Sur de la Zona Axial pirenaica, compuestas generalmente por una potente serie de materiales muy duros, esencialmente carbonáticos del Cretácico y Paleoceno-Ilerdiense. (72-61 millones de años de edad) Consiste esencialmente en una serie de calizas y dolomías bastante homogéneas a lo largo de las Sierras Interiores De todo este paquete carbonatado, nos fijaremos especialmente en tres unidades, que son las aflorantes en Peña Forca y se pueden asimilar a las muestras de caliza tomadas in situ. Se tratan de la Unidad «Dolomías y calizas (Formación Salarons) », (19) «Calizas de algas» (20) y las «Calizas con sílex», (22) según el mapa Geológico escala 1:50.000 hoja nº 144 Ansó (ITGE, 1993).
Según se describe en la memoria del mapa, las primeras en la zona que nos ocupa están poco dolomitizadas y se preservan niveles de calizas algales y bioclásticas, dominantes en la Sierra de Alano. Se pueden distinguir dos tramos, de los que nos interesaría el inferior de 30 m de espesor, de estratificación masiva, y color blanquecino en la base y otro gris oscuro en la parte más alta. Se observan restos de bioclastos (fragmentos indiferenciados de restos fósiles), algas rodofíceas y foraminíferos.
Las calizas de algas corresponden
a un paquete de unos 50 m de potencia de calizas micríticas –de grano fino– con
algas rodofíceas, además de corales masivos y foraminíferos en las que se
intercalan niveles bioclásticos, en niveles compactos y masivos de color claro
característico en las Sierras Interiores.
Por último, las calizas con sílex –probablemente responsable de que saltaran esas chispas al ser golpeadas– son de grano fino y color gris oscuro con nódulos de sílex, bioclastos y foraminíferos. Tienen un espesor de 20 m. Contiene una capa extremadamente rica en Nummulites en la parte inferior, mientras que en el resto de la unidad se han encontrado Alveolinas características de Ilerdiense inferior.
Las calizas con algas se consideran originalmente depositadas en medios arrecifales algales de plataforma somera, esto es, en zonas muy extensas poco profundas; las dolomías, en ambientes pantanosos-lacustres y marinos someros, similar a lo que ahor consideraríamos unas marismas. Por último las calizas con sílex hablan de una profundización progresiva de la plataforma. Podemos pensar que la sedimentación en esta zona está controlada por la evolución tectónica en el mismo momento de la formación del Pirineo, durante la orogenia alpina. Tenemos que imaginar lo que ahora vemos emergido y formando macizos montañosos, sedimentado originalmente en esa extensa plataforma marina poco profunda que, en el último momento, en el Ilerdiense, termina en un hundimiento generalizado. Posteriormente, acabará emergiendo como consecuencia del mismo proceso de formación de la cadena pirenaica.
Las dos muestras tomadas corresponden a las dos variedades descritas por Paco Rallo (com.pers.), quien señala que había una caliza gris clara y otra más oscura. Se tratan ambas de rocas muy compactas y resistentes al impacto, que presentan fractura concoidea cuando se consiguen romper. En ambas se ha llevado a cabo un estudio petrográfico de visu y por microscopio óptico.
Sendas rocas son netamente calcíticas, tanto por la efervescencia que produce sobre las muestras el ataque con ácido clorhídrico diluido, como por la tinción que presentan con alizarina roja S. La más clara, tiene un color gris pálido, (5BG6/0 según la escala internacional de colores para rocas y suelos MUNSELL). Contiene fragmentos de bivalvos, foraminíferos bentónicos entre los que destacan los miliólidos, y abundantes pellets, que se suelen asociar coon detritus orgánicos. Está parcialmente recristalizada a esparita, cristales de calcita perfectamente distingibles bajo el microscopio, de ahí seguramente su tono más claro. Según la clasificación de Folk se trataría de una pelesparita con fósiles /Wackestone, según la de Dunham.
La otra muestra tomada es una caliza de color gris muy oscuro (2,5Y3/0 según la tabla Munsell), claramente más bioclástica, conteniendo también foraminíferos bentónicos, en este caso dominan nummulítidos y discocyclinas. Son también muy abundantes los septos de corales, visibles a simple vista, e intraclastos, partículas depositadas en la misma plataforma. La matriz es micrítica y puede contener materia orgánica, de ahí su olor ligeramente fétido al golpearla. Se trataría de una biomicrita según Folk o una Packstone según Dunham.
En la visita realizada se
evaluó el estado de conservación de las piezas escultórcias distribuídas en el
propio ambiente del museo al aire libre. La piedra que había inicado un viaje
desde la Naturaleza al Arte, regresa convertida en Arte a la Naturaleza, en un
proceso que persigue precísamente eso: su fusión. Lo primero que observamos es
la intensa colonización vegetal en forma de líquenes y musgo que presentan las
superficies de las esculturas. A veces, el crecimiento de vegetación es de
plantas superiores, como sucede con este arbusto cuyas fotos podemos comparar
en el momento de la ejecución de la escultura y en la actualidad. En este caso
se trata de un bello ejemplo de abrazo de lo escultórico con su entorno.
Sin embargo, hay un problema más importante y es el de la fisuración que presentan muchas piezas ya sea de origen o posterior. Al tallar la roca es frecuente que se produzcan microfisuraciones que, por efecto de las heladas, se hayan podido ir abriendo a lo largo de estos cuarenta años de exposición ambiental. Además, al ser una zona por donde circula el agua, es también un área de concentración de crecimiento de líquenes y musgo cuyo efecto físico–químico por el crecimiento de hifas y rizomas debilita la estructura de la roca acelerando su deterioro. En otros casos nos hemos encontrado con piezas rotas, reparadas con mortero tipo Portland, nada adecuado en conservación de bienes culturales, y a las que aún les falta algún fragmento.
Aunque, en términos generales, el estado de conservación de las piezas no es preocupante, dado el lapso de tiempo transcurrido desde su ejecución, su ubicación al aire libre y su localización en un medio de montaña, consideramos que debería trazarse un plan de Conservación Preventiva para mantener el parque en las mejores condiciones posibles, dentro del respeto máximo a su concepción original de comunión de arte y Naturaleza.
Rememoremos pues el cuadragésimo aniversario de la inauguración de este singular symposium (1975) aproximándonos un poco más a algunos de sus pormenores y aspectos menos conocidos, aunque, no por ello, carentes de importancia, como es la materia, que nos recuerda que dentro de cada bloque de piedra late una escultura esperando a ser tallada, pero sólo la piedra y nadie más que ella será la que nos permita descubrir esa alma. Algo que, sin duda, servirá para valorar en su justa medida una experiencia que fue en su momento pionera y revolucionaria por muchas razones, una «isla de arte» que hizo posible el milagro de compartir la actividad creativa con una sociedad sumida en tiempos de penuria democrática, facilitando que, por un lado, los artistas salieran de la soledad de sus talleres para compartir su trabajo con sus propios colegas y con el público en un marco natural extraordinario y, por otro, que los propios chesos convivieran estrechamente con los artistas haciéndose partícipes de sus inquietudes y de sus problemas, y asistieran en directo al fascinante mundo de la creación contemporánea. Un proceso que hoy prosigue a través de este museo capaz de seguir enriqueciendo con su existencia y con su ejemplo a las generaciones actuales.
BIBLIOGRAFÍA
BERNÚES, J.I. y PÉREZ-LIZANO, M. (2002): El syposium internacional de escultura y
arte del Valle de Hecho (1975.1984). Edita Ayuntamiento de Hecho. 275 pp
ITGE, (1993):
Mapa Geológico de España escala 1:50.000 hoja nº 144 Ansó Serie MAGNA.