miércoles, 20 de agosto de 2008

Tea in the sahara


17/08/08

Esto no es el Sahara, que es el desierto del Thar, al oeste del Rajasthán, lindando con Pakistán. Sin embargo, cuando han emepezado a prepararnos un chai, el típico té con leche indio, a la sombra de uno de los últimos árboles antes de las dunas, me he acordado de esta canción de Sting, versionada por Liquid Blue.

Y es que nos hemos convertido en unos "domingueros del desierto" y hemos contratado un safari en camello por el desierto. Una turistada, vaya. Pero es que somos turistas, yo, por lo menos. Aún no aspiro a viajera.

Llegamos ayer a Jaisalmer, la primera ciudad india en la que me quedaría, ya os hablaré de ella. Tranquila, sin demasiado tráfico ni agobio -¡Qué diferencia de Jaipur!- y con una arquitectura magnífica. Lástima que aquí aún no se han enterado de que rejuntar con portland es una barbaridad, y el bello color dorado de la piedra queda enmascarado por el horrible gris azulado de las juntas ¡Cuánto camino le queda a este país!


Y luego, el desierto. La experiencia del camello es divertida al principio, después duele y por fin, aburre.

Comes lo que te preparan, sin querer mirar muy bien cómo limpian los cacharros. Es el desierto y apenas hay agua. Embotellada, sí, toda la que queríamos, aunque bien es verdad que he desayunado cafés con leche más fríos que esa agua... Comes encima de la misma manta sobre la que vas en el camello y que por la noche será tu cama sobre la arena entre los escarabajos peloteros. Dejas al lado las más básicas reglas de higiene, porque simplemente, no hay condiciones. Y sobrevives.

Y llegas a las dunas. Y descubres un desierto de libro, de esos que te contaron en la carrera, sobre los que dibujaste y reprodujiste en un examen su esquema. Con sus cerros, sus rocas agrietadas por la paciente e incesante labor del frío y el calor. Rocas que se convierten en piedras, que se convierten en guijarros, que se convierten en arena.

Arena que se convierte en dunas. Dunas que se convierten en desierto. Y el viento. Y el tiempo. Y te da lo mismo dejar ahí tu huella. La arena y el viento se encargan de borrar tu paso por el desierto en una alegoría de lo efímero que es nuestro paso en el planeta tierra. Y, como escribe Roberto Vecchioni, "el tiempo ríe como un muchacho que hace trampas para ganar siempre".

El desierto me emocionó. Caminar sobre las sebjas secas, trepar esas dunas, ver anochecer, la luna llena, sentir el viento en mi cara, como si yo perteneciera a allí. No era un desierto grande, más bien deberíamos hablar de un campo de dunas pequeñito, pero la emoción fue tremenda.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nuevo intento con tus indicaciones. Vaya con el desierto, si que parece interesante, y eso que no hay nada, que si llega a haber. Cuida tu integridad en el camello . Besos.

Fecha: 21/08/2008 09:03.

Anónimo dijo...

Jejejeje, me he imaginado una inmensa Edurne cojiendo al desierto, metiendolo en la estufa, luego en agua y asi sucesivamente....no se porque sera...

Ya veo que estas disfrutando como una camella... me caes mal ¬¬.

Fecha: 21/08/2008 12:25.

Anónimo dijo...

¡ele mi niño, Eusebio(jajajajaja), q ha conseguido colgar el comentario!

A lo mejor lo bueno del desierto es q no hay nada, ni ruido, ni nada. Sólo tú y la naturaleza inhóspita...

En cuanto a ti, maitetxu, q quieres q te diga, pero al ver esas piedras agrietadas pensé q habías pasado tú antes por ahí con el mallo... :D

Fecha: 22/08/2008 19:51

Anónimo dijo...

te leo contenta y me alegra, disfruta mucho de tu viaje, un abrao

Fecha: 23/08/2008 22:43.