Remansadas ya las aguas mediáticas de los mineros chilenos, ya poca gente se preocupa de la nueva vida de esos treinta y tres hombres. Nueva vida porque decidieron vivir, porque cuando se quedaron ahí abajo optaron por vivir y lo consiguieron.
Siempre he pensado que la mejor medicina es la voluntad de vivir y la peor enfermedad es la falta de ganas de luchar. Eso lo he experimentado muy cerca en ambos sentidos. Y es una lección que no olvidaré jamás. Está presente en mi ánimo. Y es que, como dijo Marcelino Camacho, "cuando uno se cae, se levanta y tira pa'lante". A mí me pasó algo parecido hace casi cuatro años, cuando se me juntaron varias pérdidas y circunstancias adversas, todas prácticamente a la vez. Lo pasé mal, muy mal, hasta que toqué fondo. Y en ese momento casi me alegré porque comprendí que lo único que podía hacer es tirar para arriba. Y eso fue lo que hice. Con ayuda, eso sí, alguna inestimable, pero salí adelante y no sólo eso, sino más fuerte.
Algo así es lo que los psicólogos y afines deben de denominar “longanimidad”. Y hay otro término relacionado: “resiliencia”. La primera vez que me enfrente a estas palabras fue en la carta 10 de un libro, “La buena crisis”, cuyo autor, Álex Rovira, se ha enriquecido un poco más gracias a mí porque no he parado de comprármelo para regalarlo posteriormente. Según el diccionario de la R.A.E., Longanimidad significa “Grandeza y constancia de ánimo en las adversidades”. Por su parte, definen Resiliencia como “Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Ahí es nada.
Todos tenemos, en mayor o menor medida, esa capacidad de sobreponernos, de superación y de adaptación, aunque no nos lo creamos. Nos hacemos –o nos hacen- más débiles por miedo o sobreprotección. Esto último es fatal. En esa misma carta, Rovira comenta el caso de las crisálidas de las mariposas, que deben realizar un enorme sobreesfuerzo para romper el capullo y salir a volar. En un experimento científico, se ensayó a romper artificialmente ese capullo y, efectivamente, las mariposas salieron, pero no fueron capaces de volar y, por tanto, de alimentarse, y murieron de inanición. De la misma manera, si a una persona, que no decir de un niño, no le das la oportunidad de enfrentarse por sí misma a la vida, nunca aprenderá, se estrellara continuamente y protector y protegido se encerraran en la cárcel de un círculo vicioso de dependencia-protección, absolutamente nocivo para ambos.
Y es que por mucho que Elsa Punset, en su “Brújula para navegantes emocionales” -del cual extraigo una cita en el lateral- comenta que uno de los cinco lenguajes del amor es a través de actos de servicio, no creo, por mi parte que esto sea beneficioso en la relación porque por un lado crea costumbre y, por el otro no permite desarrollarse a la otra persona llegando incluso a agobiar al ser “querido” si no es eso lo que precisa.
Siendo muy joven, en un acto de rebeldía adolescente, mi padre me quería ayudar y yo le dije que no, que me dejara que me equivocara, que así aprendería del error. Hoy sigo creyendo que es mejor dejar a la gente en libertad, incluso cuando se cae. Claro, claro que se puede ayudar, pero dejando autonomía, dejando que se supere, que deje aflorar esa longanimidad y resiliencia que todos tenemos dentro para que pueda volver a nacer, a vivir, a existir. Más y mejor.
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