Como todos los años volvemos a escuchar la misma letanía de las diferencias salariales entre hombres y mujeres, la reivindicación del trabajo de ama de casa o el gran número de universitarias y poco de catedráticas. Siempre igual. Todos los años lo mismo. Un día, a lo sumo unos días previos, en el que el cerebro se nos tiñe de violeta. El nueve de marzo vuelve a ser tan gris como siempre, y ya somos un asunto tan viejo como el periódico del día anterior. Hemos fagocitado la noticia un año más, cumplido el ritual. Vamos a mirar el calendario para ver cuál es el siguiente día internacional, europeo, nacional o de mi barrio que toca. Y volveremos a hablar –mucho- de ese tema. Hasta agotarlo un año más.
Para vuestra información y que os vayáis preparando, os dejo este enlace de los distintos días “especiales” para algo: http://www.diainternacionalde.com/ O sea, que nos vamos a olvidar de las mujeres para al día siguiente estar centradísimos en los riñones, que olvidaremos pronto para hablar mucho, pero mucho, de las víctimas del terrorismo, con su correspondiente aciago aniversario. Y pasaremos día y página y lo más importante será los riesgos del glaucoma… y así nos iremos comiendo el mes y el año, volcándonos como locos en diferentes temas para olvidarlos al día siguiente en una suerte de amnesia colectiva tan apabullante como dirigida.
Y mientras las mujeres trabajadoras seguiremos batallando cada día por nuestro trabajo, nuestros hijos y nuestra vida, tragándonos angustias y alegrías porque hay que estar ahí aguantando mecha y echándole esos órganos masculinos que biológicamente nos faltan pero que en sentido figurado no hacemos más gala de ellos porque nos parece tan natural que no necesitamos hacer ostentación. Porque ésa es la clave: Para muchas de nosotras es natural levantarte cronometrando tu vida y pensando en cómo compaginar y poder hacer varias cosas a la vez. Llevamos grabado a fuego un cronograma interno en el que se superponen las tareas para aprovechar el tiempo al máximo. Y cuando llegamos a casa, solas o acompañadas por nuestros hijos, no nos tiramos en el sofá a descansar zapineando, sino que aún no nos hemos quitado el bolso y entramos en la cocina a que se vaya calentando el agua para hacer la comida o calentando algo en el microondas o poner la lavadora, o recoger la ropa del tendedor o llenar la bañera para los niños o…
Lo ideal sería que no existiera este día, q no hiciera falta reivindicar lo que debería ser una realidad, que las mujeres existimos, somos visibles más allá de una apariencia y que no es que seamos iguales, que afortunadamente no lo somos, a los hombres, pero somos capaces de trabajar de la misma manera igual que ellos. Y ellos, salvo parir, pueden hacer lo mismo que nosotras. Lo dicho, ojalá no existiera este día porque querría decir que todo es normal.
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