No, la mía no. Mi infancia son recuerdos de un horizonte amplio de campos y yeso. De veranos de bochorno, bici, bambas, bañador y, a veces, camiseta. Y, siempre, de libertad. Pero eso lo sé ahora. Entonces, no. Entonces me parecía fatal “tener que pasar” todos los veranos en La Mejana mientras primos y amigas mías se iban a la playa o incluso de viajes, a veces al extranjero. Ahora sé que fui una privilegiada.
Mi infancia no son sólo los veranos, pero la memoria es fabulosa y tiende a recordar lo positivo. Sólo con esfuerzo hurgo en los recuerdos del colegio, sus niñas, sus monjas y su uniforme. Esa coraza de tela que me amordazaba con su falda tableada de cuadritos príncipe de Gales. No había día más liberador que el 21 de junio o aledaños en que colgaba aquella asfixiante ropa y me calzaba mis vaqueros y deportivas, me metían en el coche, me mareaba tres veces en 18 kilómetros y me iba a la Mejana.
La Mejana, además de libertad era una extraña mezcla de indolencia y aventura. Del grito de “¡Qué bien se está aquí!” de mi madre debajo de la higuera junto al brazal y las excursiones en bicicleta. De juegos en soledad y bullicio de visitas. De ver amanecer por detrás del monte y de tumbarse completamente a oscuras a mirar un cielo estrellado como nunca he vuelto a ver, en busca de estrellas fugaces y ¿por qué no? algún ovni (Dicen que una vez vieron uno una noche que yo estaba con fiebre). Era viajes en tractor con el Ángel, era largas horas con pastores que me daban leche de cabra y la oportunidad de ver nacer algún corderito. Era madrugones a “ayudar” a empacar, construir castillos con esas pacas de alface (alfalfa) y “ayudar” de nuevo a recoger las pacas días después –efímera arquitectura- para terminar comiendo huevos fritos con patatas en el Maracaibo a las nueve y media de la mañana.
Plantando un plátano. De esta foto faltan el árbol,
el Ángel, mi madre y casi la Mejana. Sólo quedo yo...
La Mejana, es decir, la libertad, era ir en bicicleta al pueblo a las cuatro de la tarde a la piscina, los tres hermanos solos. Impensable ahora. Era subir a la higuera, la otra, la que no daba sombra, que dejaba de ser higuera y se convertía en un barco pirata con su torre de vigía y todo. O en un circo, con trapecio incluido. O en una casa. Y siempre en un refugio. También era coger alberjes (albaricoques para los de fuera) casi saltando de árbol en árbol.
Pero la libertad, como siempre, tiene sus límites y te podías bañar en el brazal pero lejos del sifón, no fuera a ser que nos ahogáramos. Y podíamos ir de paseo por la rasa de las Traviesas pero con cuidado con el pozo que había a mitad. Y ojo con las excursiones por el camino del Soto no llegáramos al río. He de confesar que no fue hasta este otoño pasado que no fui por allí en bicicleta en camino inverso, desde Zaragoza a La Mejana pasando por la Alfranca y los Huertos. Sentía curiosidad por conocer esos horizontes vedados. Eran bonitos.
Y la libertad tenía un límite cruel, era una libertad condicional, condicionada a una fecha, el 16 de septiembre, que además del cumpleaños de mi madre, era el día de volverse a poner el horrible uniforme y regresar a la claustrofobia rutinaria del cole, sus monjas, sus niñas y sus deberes. Recuerdo con horror la entrada en Santa Isabel donde descubríamos el primer anuncio de Galerías Preciados con unos críos de apariencia felicísima porque volvían al cole. Desgraciados ¿Es que los publicistas nunca fueron niños?
4 comentarios:
Como esta la Mejana?
Sigue el brazal con agua?
volviste?
Si te fijas en la primera foto, hay un poste de luz inclinado. A mediados de los 80 Eléctricas decidió q había q cambiar esos postes y q el coste lo habíamos de asumir nosotros puesto q la línea terminaba allí. Mi padre no pudo y aunq le hemos intentado convencer de los beneficios de las energías limpias, no ha habido manera y la Mejana ha ido languideciendo hacia un deterioro inexorable con la "inestimable" ayuda de los ladrones rurales. Desde aquí quiero agradecer a todos los q durante todos estos años me han ido ayudando a intentar mantener la casa, especialmente a mi exmarido, q invirtió mucho tiempo y esfuerzo en ello.
Actualmente es más un recuerdo q una casa aunq aún sigue más o menos en pie. De hecho la foto es reciente (aunq no demasiado, ya se llevaron las tejas...)
Vuelvo, claro q vuelvo de vez en cuando, aunq cada vez duele más pq más q un fantasma de mi pasado es una especie de zombie.
El brazal sigue con agua, es el ritmo del regadío, pero han cambiado tb muchas cosas. Ya no existen los alberjeros en los q trepábamos a comer los alberjes sentados en sus ramas.
Sueño con esa casa pero ya no formará parte de la infancia de mis hijos. ellos tendrán otros recuerdos. Tendrán su propia felicidad y libertad. Espero.
Mi infancia tampoco son recuerdos de un patio de Sevilla, en los mejores momentos de un pueblo de Segovia. Los más de una contínua tensión familiar, cuando no directamente miedo. Mi padre era esquizofrénico. Un p. pena lo suyo. Nadie se merece eso... como otros muchos males.
PAQUITA
Busca, pues, esos recuerdos buenos del pueblo de Segovia y recréate en ellos.
Un beso muy fuerte.
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