Llevo
más de veinte años subida en el andamio. En todo este tiempo he ido percibiendo
un cambio -quizás excesivamente lento- en la actitud de los hombres, señores
absolutos de la estructura metálica, hacia las mujeres en la obra.
Mis
comienzos no fueron nada halagüeños en aquellos noventa iniciales, en los que,
a pesar de tantos intentos, muchos españolitos de a pie, aún no habían salido
de la caverna. Y les costaba entender qué hacía esa gachí –sí, sí, gachí-
diciéndoles lo que tenían que hacer, si el papel de la mujer era estar en casa
y, si acaso, recibir los requiebros más o menos groseros del pecho lobo con el
pañuelo anudado en la cabeza. Aún recuerdo aquella mañana en una vieja iglesia
oscense en la que, tras varios intentos frustrados de que el albañil de turno
nos hiciera acaso a dos veinteañeras que le estábamos indicando cómo tenía que
aplicar unas soluciones, llegó Antonio, el jefe de obra, un armario ropero
pelirrojo, que además era el que pagaba, y le dijo: “Manuel, haz exactamente lo
que te digan estas dos señoritas”. Y como lo había dicho Antonio, Manuel
obedeció.
Poco
tiempo después me presenté a una entrevista de trabajo para una empresa de
productos químicos para la construcción. Yo pensaba que era la persona idónea,
ya que esa era mi especialidad. Los dos motivos por los que fui rechazada
fueron que era licenciada y, sobre todo, mujer, Y las mujeres no teníamos nada
que hacer en el mundo de la construcción. Así me lo dijeron… Hace dos años
acudí a una feria de la piedra en calidad de técnica prescriptora. Reconozco
que cuando me acerqué al stand de esa casa, y el
comercial me intentó vender sus productos le dije que lo sentía mucho, pero que
su empresa me había rechazado por ser mujer y no iba a ser yo la que
recomendara una firma tan marcadamente machista. O por lo menos que a mí me
constara fehacientemente.
Porque
esa es otra. Vas a una feria del sector de la construcción y las mujeres están
consideradas como auténticos floreros de carne hueso, bien como azafatas soportando
las baboserías horteras de cierto tipo de visitantes sedientos de todo tipo de
mercancía, bien en fotos con posturas inverosímilmente provocativas intentando
insinuarse ligeras de ropa poniendo morritos al cazo de una excavadora…
Han
pasado más de veinte años desde aquellos primeros pasos y en el camino he visto
de todo. Pero lo más sorprendente es el machismo que me he encontrado en
ocasiones entre los propios titulados superiores de la construcción. Ha habido situaciones
tan delirantes como tener casi que chivar las soluciones en las visitas de obra
a un reputado profesor colaborador solo porque venía del mundo universitario,
era de Madrid y, sobre todo, era hombre.
Sin
embargo, cada vez son más las mujeres, aparejadoras, jefes de obra, así como
arquitectas e ingenieras o técnicas de prevención de riesgos laborales. También
las hay albañiles, electricistas, gruístas, etc., aunque la mayoría de las
mujeres en la obra estamos en puestos técnicos y Dirección Facultativa. Y eso
que no teníamos futuro en el mundo de la construcción...Desde 1991 el número de
arquitectas, aparejadoras, ingenieras, geólogas, químicas y otras licenciadas
en carreras relacionadas con la construcción no ha parado de crecer (mención
aparte son las restauradoras, que dominan ese sector) y la evolución de la
presencia de la mujer dentro del sector de la construcción en España es
positiva pero muy lenta. Sin embargo, sigue habiendo una más o menos soterrada
minusvaloración hacia nosotras, que lo mismo nos acusan de tener una mala leche
increíble que de no tener ni idea, por no hablar de cómo relacionan nuestro
comportamiento con nuestro ciclo biológico o nuestra mayor o menor satisfacción
sexual. De todo he oído.
También
me he encontrado con compañeros de trabajo excelentes, tanto entre los técnicos
como entre los albañiles y canteros, una gente absolutamente especial de los
que he aprendido mucho. Y he podido pasar muy buenos ratos, tanto en el andamio
como en torno a una mesa de restaurante de menú del día comiendo alubias con
guindillas mano a mano con los trabajadores. Lejos quedan esos momentos
iniciales en que no me hacían caso, y ahora me dedico a asesorar a la Dirección
Facultativa, o directamente formo parte de ella, mi firma está en la mayoría de
los planes directores que se han redactado en Aragón, doy instrucciones y en
muchos monumentos no se ha movido una piedra sin mi visto bueno.
Han
pasado más de veinte años, pero aún queda mucho camino por hacer. Y así este
verano escuchaba a una compañera de trabajo quejarse de cómo la ninguneaban los
albañiles a su cargo y no le hacían ni caso. Solo porque era mujer y joven.
También
en este campo, es necesario ganar esa igualdad en empleo, respeto y salario
según nuestra capacitación. No podemos esperar otros veinte años a que cambien
las cosas. El andamio está evolucionando, ya no son esos viejos andamios
amarillos con tablas, ahora tienen que seguir la normativa europea de
seguridad. Esperemos que esa evolución prosiga también entre sus “habitantes” y
desaparezcan, de una vez por todas, esos ramalazos machistas para trabajar
todas y todos como profesionales que somos.
http://www.elpollourbano.es/nosotras/2017/01/las-habitantes-del-andamio/
http://www.elpollourbano.es/nosotras/2017/01/las-habitantes-del-andamio/
No hay comentarios:
Publicar un comentario