El otro día paré en una
gasolinera a la salida de Teruel. Desde que me bajé del coche hasta que me
volví a subir en él uno de los empleados que me atendió me debió de decir una
media docena de veces “guapa”, “preciosa”, “princesa” y otras “lindezas”. Juro que
no lo conocía de nada. Cuando arranqué me sentí bastante molesta no sólo por no
haberle dicho nada, educación —y prisas— obligan, sino porque además estoy
segura de que al camionero bigotón que paró en el boquerel de al lado no le
debió de destinar ni un solo piropo similar (o tal vez le dijera, “campeón”,
“machote” o así, pero dudo que lo hiciera si no lo conocía, como era mi caso).
En realidad, casi me
debería considerar “afortunada” porque no se refirió a mí como “zorra”,
“chochito” o “puta”, que también hubiera podido ser…
Lamentablemente, este último
es un modo frecuente de hablar entre los y las adolescentes, y nos es raro
oírlo o leerlo en sus conversaciones, sean de viva voz o virtuales. A mí se me
cae el alma a los pies. ¿En qué momento hemos fallado los padres y madres —sobre
todo— que hemos procurado dar una educación igualitaria a nuestros hijos e
hijas? “La educación y la actitud en la vida dependen de una insistencia día a
día, y mucha paciencia como padres. Quitar estereotipos sociales cuesta lo
suyo”, decía una amiga comentando unos de mis artículos. “Es una carrera de
fondo”, apuntaba otra amiga en la misma conversación.
Entonces, tal vez sea que,
por mucho que nos esforcemos, no podemos tenerlos en una burbuja, que desde
pequeños se están relacionando con los hijos de los padres que llaman “nenazas”
a los que no tienen un comportamiento netamente masculino… como es el caso de
los que la emprender a golpes en un partido de fútbol infantil. Olé el ejemplo.
Los chavales, chicos y chicas tienen que salir del cascarón, rebelarse para
autoafirmarse, “matar” a la madre, en el caso de las chicas. Y entran en la
dinámica dominante en el grupo, aunque ésta sea claramente machista, aunque
ellas se proclamen feministas. Otra amiga mía, profesora de instituto, apuntaba
que como educadora veía muchos chavales que ya venían con unos prejuicios y
comportamientos que distan mucho de la igualdad y el respeto a la mujer. Y es
que detrás de muchos fenómenos de bullying
a las chicas laten fuertes estos comportamientos sexistas. Poco va a poder
avanzar la sociedad si estas generaciones no cambian hacia espacios de
igualdad. Sin embargo, la tendencia parece ser la contraria y muchas de las
hijas de las que proclamábamos la igualdad ven cómo sus jóvenes parejas las
controlan física o virtualmente. El móvil, esa arma de celo masivo…
Pero es que el
micromachismo nos lo inoculan desde nuestra más tierna infancia, sutil e
inocentemente (o no…) y así pasamos sin solución de continuidad de que al pasar
la barca nos diga el barquero que las niñas bonitas no pagaban dinero (a lo que
en la misma canción la niña respondía que no, que pagaba renunciando a su
belleza, que es, en última instancia, por lo que se “valora” a las mujeres) a
entrar gratis en las discotecas y, si van sin bragas, te dan cien euros. Entre
estos dos extremos nos encontramos tantos ejemplos que muchas veces te llaman
exagerada si un comportamiento socialmente aceptado lo tachamos de
micromachismo. Los tenemos en casa, en las calles en los bares, en el trabajo,
en las canciones…
Qué decir de los medios de
comunicación, en los que también hemos experimentado un retroceso, y no solo
siguen proliferando los anuncios claramente machistas —aunque sea para
vendernos una leche infantil que contribuirá a que los niños logren un futuro
como matemáticos y las niñas como bailarinas— sino también en los programas
generalistas o incluso los informativos. Tenemos los presentadores más feos (y
en algunos casos, más babosos, como el del hormiguero) acompañados de las
presentadoras más guapas y mucho más jóvenes. Y nótese este matiz: son ellas
las que acompañan a ellos, no al revés. Zasca, otro micromachismo. También
abundan en los contenidos: las políticas destacan por el colorido de sus
chaquetas, y cuando se reúnen, no importa lo que tratan sino lo bien torneadas
que están sus piernas.
Debe de ser que no queda
suficientemente claro que al nacer no sale de la placenta ningún manual de
comportamiento y obligaciones por ser mujer, como dijo mi buena amiga Cristina
García, con lo que desde ese mismo momento somos todos iguales. Sin embargo,
los micromachismos, representados en la parte baja del iceberg de la violencia
de género, nos envuelven, y en lugar de nadar libremente, buceamos entre ellos intentando
zafarnos de sus dentelladas de admisión social, tradición y excusas.
http://www.elpollourbano.es/nosotras/2017/03/buceando-entre-micromachismos/
No hay comentarios:
Publicar un comentario