viernes, 18 de diciembre de 2009

el invierno en el valle reseco



Amanecer de invierno en el valle reseco


El invierno en el valle reseco no da imágenes espectaculares. No se sacan postales de la cuidad nevada. Tal vez, y con suerte, un día al año. Y ese día es obligatorio que los niños vayan al cole. Quién los va a privar de sus bolazos de nieve.

El invierno en el valle reseco no se manda en fotos. No se ve. Se siente. Y lo único que se puede hacer es describir esas sensaciones. Para hacerlas visibles.

El invierno en el valle reseco es implacable. Es frío. Frío con todas sus variantes. Es el anticiclón impertérrito. Frío seco, ventilado y helador que te azota desde las montañas nevadas. Crueldad infinita que te priva del paisaje y te trae multitud de filos helados que cortan la piel. Invierno de orejas frías, nariz roja y sabañones. Es viento. Viento inmisericorde que te envuelve y que te lleva, que traspasa cada fibra. Que aturde, ensordece y enloquece. Viento arrasador que lo mismo tira hojas que tejas. Viento bravo que arrastra personas, tierra y agua. Viento purificador que limpia el aire que respiro.

Viento que se calma. Que se va y se lleva el Sol. Y llega ella, la dama gris, la más espectral, triste y opresiva. La niebla que nubla nuestra vista y nuestra alegría. Penumbra en el alma. Mañanas heladas. Huesos que rehúsan el movimiento. Tuétanos entumecidos. Angustia tras los cristales empavonados. Días sin alegría. Termómetros sin grados. Y pesar de saber que a unos metros más arriba de nuestras cabezas luce el Sol, hay calma y los mediodías son tibios.

Mañanas de escarcha, tan frías que hasta la propia niebla se congela. Y te haces la ilusión de que nieva aunque sabes que no es verdad, que es el propio frío que no se aguanta. Pero los niños van ese día a la escuela a tirarse bolazos de niebla helada. A falta de otra cosa en el invierno en el valle reseco.




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