"Llueve. Detrás de los cristales llueve, como dice la canción que ella nunca conoció. Ni conocerá. O de la que ya no se acuerda. Pero llueve, y no hace mucho que ha empezado, aunque de eso ya tampoco se acuerda. Sentada en su sillón -siempre le dejan un orejero para ella- contempla las siluetas negras de los pinos de más allá del jardín. Sus ojos verdes, vidriosos, están perdidos en algún punto en el horizonte. O tal vez más cerca. No se sabe. No lo sabe. Sólo deja pasar el tiempo. De repente, oye la voz de Laura fuerte, clara y contundente como ella, pero esta vez, cantarina. “Elisa”, le llama, “Elisa, que tienes visita” Laura es pura energía. Alta, fuerte, el pelo corto y la mirada decidida, detrás de sus gafas ovaladas. Laura la cuida como nadie. “Elisa, que tienes visita”. Elisa se vuelve pausadamente. “¿Visita? ¿Quién puede venir a verme ahora? ¿No ven que está lloviendo?”. Pero ahí está otra vez él, El Hombre de la Barba Entrecana, que tanto viene a verla y tan cariñoso es. Pero esta vez no viene solo. Viene con un montón de gente, todos muy sonrientes y guapos. “¡Que gente tan elegante!” piensa. A la vez que descubre una figura vestida toda de blanco al fondo, oye al Hombre de la Barba Entrecana que le dice “Hola, madre” -¿Hola, madre?, se dice- y le da un beso."
Éste es un fragmento de una novela inacabada -apenas empezada- que reproduce una escena real. Una más de las que vivieron mi padre y su madre, aquejada , y por fin vencida, por alzheimer.
Todo esto viene a cuento en un día como hoy, día de la Constitución, en que el texto se ha quedado huérfano de uno de sus "padres", Jordi Solé Tura. Anoche estuve viendo el reportaje realizado por su hijo Albert en 2007, "Bucarest, la memoria perdida" y me sobrecogió. Me sobrecogió en primer lugar la entereza y valentía de un hijo, no exenta en determinados momentos de un puntito de morbo, que rinde homenaje a su padre y a la figura de su padre, a la vez que lucha por no perder su memoria histórica y sentimental. Es un ejercicio de amor y valentía, de desnudo total de una realidad de un hombre iluminado por una inteligencia brillantísima que termina por no saber cómo se llaman su mujer y su hijo. Eso también me sobrecogió.
No es el único caso de personaje conocido y de incuestinable inteligencia y capacidad afectado por este mal. ahí están también Pascual Maragall, o Antonio Mercero, premio Goya de Honor y que, también en 2007, dirigió una película sobre este tema: "¿Y tú quién eres?"
Triste. Triste y frustrante lo de esta enfermedad que se cuela en los entresijos de las neuronas y es capaz de acabar con mentes tan claras como éstas. Me da miedo esa ruleta rusa de la que los investigadores aún no han dado con la causa, tan sólo con algunos mecanismos. Da lo mismo que tu cerebro sea el de un genio o no lo hayas usado en tu vida. No respeta. Me da miedo que me pudiera suceder a mí, uno de los factores que señalan es el genético, y perder la memoria de mi vida, llegar a un punto en que no recuerde todos los instantes felices, todas las luchas. Las ideas. Irme de vacío. Recorrer este tiempo que tenemos, que no es otra cosa la vida, en sentido circular y terminar siendo como una niña, un bebé arrugado cuyos balbuceos no provoquen alegría a mi alrededor sino dolor.
¿Qué hacer, entonces, si no hay remedio?
1 comentario:
Pues no se puede hacer nada, más que cruzar los dedos, olvidarse de un futuro incierto y vivir el presente hasta no dejar gota.
aupa Edurne!
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