Cuando esta mañana he oído la noticia, me he quedado tan anonadada que no he podido reaccionar: una niña había tenido un bebé, aquí, en España, con apenas diez años. El padre también es menor. La niña y su bebé están bien, de momento con la familia y la Junta de Andalucía, que es donde ha nacido la criatura, está estudiando qué hacer con ellos. Me he querido informar más y he descubierto que la niña es de origen rumano y que en 2008 –último año del que se tienen datos censales- hubo 177 partos de niñas menores de quince años. Ahí es nada.
Independientemente de que la nacionalidad de la madre-niña da lugar a proseguir con el tan sobado debate de la sanidad pública española y los extranjeros, y también al margen del entorno social y cultural de esa familia, quedan muchas cartas sobre el tapete; la primera, la precocidad de esos críos. No es habitual que las niñas estén en condiciones de quedarse embarazadas con tan solo diez años, pero sí es cierto que basta con darse una vuelta por cualquier colegio de primaria para ver que hay alumnas de 5º y 6º francamente desarrolladas, con lo que este riesgo entra dentro de lo posible.
Pero hay un hecho aún más arrollador y son esos 177 casos, esas 177 niñas arrancadas de su infancia o que la abandonaron demasiado pronto. Y cabe preguntarse por qué, qué hay detrás de estas vidas que se saltan la adolescencia para caer de bruces en la madurez que supone educar un hijo. Un hijo, de carne y hueso, no un muñeco con caquitas de barro. No me considero mojigata, ya lo sabéis, pero veo a mi alrededor cómo es difícil vestir a una niña de niña, cómo desean parecerse a esas “Hanna Montanas” o “patitos feos” que luego sabemos que no lo serán y formar parte de una pandilla de “divinas”, cómo escuchan músicas de letras explícitas y cómo siguen con avidez series de televisión situadas en institutos en los que pasa de todo y con toda naturalidad. Y esas personalidades en formación son auténticas esponjas que absorben lo que les rodea sin pararse a seleccionar, lo mismo da sucia agua de fregar que la de la más cristalina de las fuentes.
En la era de la información falla la información por exceso de información. Delegamos o relegamos el momento y la manera de hablar con nuestros hijos y no sabemos por dónde empezar porque nos dan cien mil vueltas. Además, piensan, cómo les vamos a hablar nosotros de sexo si para ellos somos unas antiguallas de cuarenta años que ni nos acordamos de cómo se hace, que eso es cosa de cuerpos jóvenes y atléticos y no de sus ojerosos padres. Falla la comunicación y los mensajes llegan por canales inadecuados. Y luego nos tenemos que lamentar de esas 177 vidas refractadas o enzarzarnos en interminables debates sobre el aborto. Es todo tan delicado…
1 comentario:
No hope for this world... No sé qué más decir.
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