Quiero hablar de mi padre, de mis padres. De todos los padres que ha sido y que están todos en él. Y ahora también en nosotros.
Quiero hablar del primer padre que conocí. Yo lo veía grande, imponente, casi majestuoso, con un aspecto que años después lo recordaría como el Moisés de Miguel Ángel; así lo veía yo (aunque todavía no lo sabía). No fue hombre de grandes efusiones, por eso cada manifestación suya de afecto, cada pequeña complicidad – como cuando me llevaba al cole por las mañanas – cada pequeño gesto, era para mí un premio que sabía mejor que el pan con chocolate, algo especial. A los diez años comprendí porqué, cuando me escribió mi carta. Allí conocí a otro padre, al padre sensible pero contenido, convencido de que, con su actitud, por mucho que le costara a él, hacía lo mejor por nosotros. Porque su demostraciones de cariño no llevaban derroteros convencionales, sino que podían venir, por ejemplo, dentro de un sobre de color sepia en forma de billete de 100 ptas recién sacado de máquinas, -lo que le costaría encontrarlos-donde lo de menos era el precio sino el valor de ese billete, esos billetes, que solían ser varios, tantos como niños habíamos “colaborado” a empacar y recoger las pacas. Niños que nos aprendimos de memoria la cara de D. Manuel de Falla de tanto mirarla, nueva, sin arrugas…
Era todo un ritual. Y ese era otro padre, el padre de los ritos, de las ceremonias cotidianas, que lo mismo las había para las comidas como incluso para los castigos... Ritos, ceremonias y cariño que trasladó más tarde a su pertenencia a la masonería, como máximo exponente de humanismo y compromiso, el mismo que inundó su corazón socialista.
Pero había más padres, y Moisés mostró todo su esplendor de guía bíblico “soportando” tres adolescencias bien distintas. No negaré que debió de ser duro… sobre todo con una rebelde que le pedía que le dejara equivocarse. Hace apenas unos días me recordó esto en una discusión –que no disputa- que mantuvimos. Porque ése era otro padre, el padre dialéctico, el hombre culto e inteligente con el que podías mantener grandes charlas y te sacaba de dudas de muchos temas. Tanto es así que antes que a una enciclopedia acudíamos a él. Todos hemos aprendido mucho de él. Muchos lo hemos recordado hablando, con una copa de vino en una mano… y un cigarrillo en la otra. Ese ambiente de cultura, inteligencia y tertulia me ha marcado y lo he seguido buscando a lo largo de mi vida.
Pero tuvo que pasar mucho tiempo y tuve que perder a mi madre para descubrir a otro padre, otros padres. Descubrí al padre con capacidad para emocionarse y por fin demostrarlo cuando nos abrazamos en la puerta de urgencias la última vez que la ingresamos. Y Moisés se bajó del pedestal. Y el padre referencia se hizo además padre amigo. Y compartimos confidencias, risas y copas… No negaré que alguna noche el camino a casa zigzagueaba peligrosamente y que al meterme en la cama me sentía estar en mitad de la tormenta perfecta…
Sin embargo, el padre que ha sido a lo largo de todo este tiempo ha sido el padre elegante, digno y con carácter. Una elegancia, dignidad y carácter que le han acompañado hasta el último momento, asumiendo su enfermedad y su desenlace con valentía, y demostrando su genio el propio lunes cuando nos dijo “Dejadme en paz, estaos quietos, joder”. Pues mira, “abuelo joder”, no nos estaremos quietos porque somos tus hijos y la genética es la genética, pero te haremos caso y te dejamos en paz, o más bien con mucha paz. Y orgullo y gratitud.
Sólo me queda por decirte que no sé si hay algo después, pero si lo hay dale un beso a mamá de nuestra parte. Y otro para ti. Os queremos.
Quiero hablar del primer padre que conocí. Yo lo veía grande, imponente, casi majestuoso, con un aspecto que años después lo recordaría como el Moisés de Miguel Ángel; así lo veía yo (aunque todavía no lo sabía). No fue hombre de grandes efusiones, por eso cada manifestación suya de afecto, cada pequeña complicidad – como cuando me llevaba al cole por las mañanas – cada pequeño gesto, era para mí un premio que sabía mejor que el pan con chocolate, algo especial. A los diez años comprendí porqué, cuando me escribió mi carta. Allí conocí a otro padre, al padre sensible pero contenido, convencido de que, con su actitud, por mucho que le costara a él, hacía lo mejor por nosotros. Porque su demostraciones de cariño no llevaban derroteros convencionales, sino que podían venir, por ejemplo, dentro de un sobre de color sepia en forma de billete de 100 ptas recién sacado de máquinas, -lo que le costaría encontrarlos-donde lo de menos era el precio sino el valor de ese billete, esos billetes, que solían ser varios, tantos como niños habíamos “colaborado” a empacar y recoger las pacas. Niños que nos aprendimos de memoria la cara de D. Manuel de Falla de tanto mirarla, nueva, sin arrugas…
Era todo un ritual. Y ese era otro padre, el padre de los ritos, de las ceremonias cotidianas, que lo mismo las había para las comidas como incluso para los castigos... Ritos, ceremonias y cariño que trasladó más tarde a su pertenencia a la masonería, como máximo exponente de humanismo y compromiso, el mismo que inundó su corazón socialista.
Pero había más padres, y Moisés mostró todo su esplendor de guía bíblico “soportando” tres adolescencias bien distintas. No negaré que debió de ser duro… sobre todo con una rebelde que le pedía que le dejara equivocarse. Hace apenas unos días me recordó esto en una discusión –que no disputa- que mantuvimos. Porque ése era otro padre, el padre dialéctico, el hombre culto e inteligente con el que podías mantener grandes charlas y te sacaba de dudas de muchos temas. Tanto es así que antes que a una enciclopedia acudíamos a él. Todos hemos aprendido mucho de él. Muchos lo hemos recordado hablando, con una copa de vino en una mano… y un cigarrillo en la otra. Ese ambiente de cultura, inteligencia y tertulia me ha marcado y lo he seguido buscando a lo largo de mi vida.
Pero tuvo que pasar mucho tiempo y tuve que perder a mi madre para descubrir a otro padre, otros padres. Descubrí al padre con capacidad para emocionarse y por fin demostrarlo cuando nos abrazamos en la puerta de urgencias la última vez que la ingresamos. Y Moisés se bajó del pedestal. Y el padre referencia se hizo además padre amigo. Y compartimos confidencias, risas y copas… No negaré que alguna noche el camino a casa zigzagueaba peligrosamente y que al meterme en la cama me sentía estar en mitad de la tormenta perfecta…
Sin embargo, el padre que ha sido a lo largo de todo este tiempo ha sido el padre elegante, digno y con carácter. Una elegancia, dignidad y carácter que le han acompañado hasta el último momento, asumiendo su enfermedad y su desenlace con valentía, y demostrando su genio el propio lunes cuando nos dijo “Dejadme en paz, estaos quietos, joder”. Pues mira, “abuelo joder”, no nos estaremos quietos porque somos tus hijos y la genética es la genética, pero te haremos caso y te dejamos en paz, o más bien con mucha paz. Y orgullo y gratitud.
Sólo me queda por decirte que no sé si hay algo después, pero si lo hay dale un beso a mamá de nuestra parte. Y otro para ti. Os queremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario