Paco Rallo: "Lapins de Pyrenées". Infografía digital. 2016
"Y
es que en el mundo traidor
nada
hay verdad ni mentira
todo
es según el color
del cristal con el que
se mira”
No
podría estar más de acuerdo con este fragmento del poema “Las dos linternas” de
Ramón de Campoamor. Recuerdo que incluso lo utilicé una vez para presentar un
trabajo de carrera. Se trataba de interpretar cómo se había formado una roca a
partir de la observación al microscopio de unas láminas delgadas. Y con los
mismos exiguos datos, aplicando criterios diferentes se podía llegar a
conclusiones bien distintas. Sirva, pues, esta anécdota estudiantil como
metáfora de la vida, de los distintos enfoques que tiene la verdad, de los
conflictos que pueden acarrear estos enfoques y de cómo se puede llegar a deformar
la verdad e incluso el propio concepto.
La
verdad, la verdad. Cuánta tinta derramada en pos de la verdad. Cuánta sangre.
Cuántos hombres y mujeres a lo largo de la Historia y a lo ancho de este mundo
han hablado sobre ella. Incluso yo misma ahora. Algunos, la proclaman, otros la
dudan; para otros, no existe. Los hay que se matan entre ellos en nombre de la
Verdad, que, siendo única para cada uno de los contendientes, resulta distinta
de la del bando contrario. Verdades como los puños que se cierran y golpean
para imponerla. Verdades inmutables que terminan quedando obsoletas. Verdades
que fueron mentiras repetidas. Verdades que fueron recuerdos no vividos, que
fueron sueños tan reales que parecen existidos. Verdades que son capaces de
avivar igual que de apagar el fuego del amor. La verdad…
Yo
no sé si existe la verdad y, por lo tanto, no quiero proclamar ninguna. Tan
solo expresar mi opinión, tan válida o no como la de cualquiera que tenga la
mala costumbre de pensar. Y eso me pasa a menudo. Y a menudo pienso que lo que
existe es el hecho en sí, como mi lámina delgada del principio, y de ahí, cada
uno de nosotros lo interpretará y expondrá su verdad, porque es así como lo
considera. En muchos casos, nos vendrá impuesta. Y se nos querrá convencer de cual
es la verdad verdadera. Eso se puede llamar educación -Al fin y al cabo, el
proceso de educar, en demasiadas ocasiones, no es más que llevar a las mentes
inquietas y creativas infantiles por el redil de la verdad social en la que les
ha tocado nacer y vivir-. Pero también desinformación, adoctrinamiento y
manipulación.
Esto
es lamentablemente cada vez más frecuente en este mundo globalizado, donde nos
convencen de mentiras que derivan en verdades a fuerza de repetirlas hasta que
la masa traga y se las cree. Y luego se inventan términos como el de “posverdad”
para disimular el bulo que nos han metido, pero con el que han conseguido dejar
de lado el terreno de lo racional para que nos dejemos llevar sólo por el de
las emociones. Nos convierten en una suerte de unidad amorfa virtual que ya no
piensa, solo cree en lo que le dicen, en un ejercicio la mar de efectivo,
puesto que ni siquiera hace falta reunirnos a unos cientos o miles de seres en
un recinto para arengarnos. Ahora lo hacen a distancia, llegan a millones de
personas y lo hacen de una forma tan sutil, que ni siquiera te das cuenta de
que te están lavando el cerebro. Ya nadie se acuerda de Chomsky.
Las
verdades ya no se sostienen. En este mundo cambiante, lo que fue verdad ha
perdido su valor, ha perdido su Propiedad
que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna.
Matices, interpretaciones, mutaciones, fenómenos, investigación, avances
científicos, tecnológicos, sociales, culturales van matando las antiguas
verdades, aquellas que parecieron tan consolidadas durante siglos, y que hoy se
tambalean, evolucionan hacia nuevos conceptos, nuevas evidencias, nuevos
postulados. Quizás demasiado rápido para algunas mentes que se aferran a sus
dogmas con una fe excesivamente ciega. “Si siempre ha sido así” dicen. No, no
siempre. Siempre ha habido algún revolucionario que ha inventado la rueda, el
fuego o internet. Y ha cambiado la Historia y los parámetros de la verdad.
Entre
nosotros, la verdad no existe. Existe el hecho. Y existen las palabras. Porque
las palabras son las que describen el hecho. Pero son muchas las palabras y
muchas las interpretaciones. Somos voyeurs
de la vida, con nuestras propias pajas mentales. Cada uno contamos el hecho
como lo vemos. Contamos nuestra verdad. Y el mismo hecho da lugar a verdades
distintas. Y deja de existir aquél para convertirse en éstas. Normalmente
además porque el hecho se da en un momento concreto del tiempo y del espacio. Y
ya no está, se difumina, no podemos volver a él, sólo queda lo que contamos de
él. Y surgen encarnizadas discusiones entre tertulianos, entre la madre y la
hija, entre los amigos o entre la pareja. Cada uno de ellos ven el mismo hecho
desde perspectivas vitales distintas, e intentar convencerse mutuamente de sus
puntos de vista de manera tan apasionada como ineficaz. Y posiblemente ambos
tengan razón y los dos se equivoquen. Tu verdad contra mi verdad. Tus palabras
contra las mías.
La
palabra es enemiga de la verdad. La puede envolver en un pérfido papel de
regalo lleno de celofanes tóxicos. Papel tras papel, cajita tras cajita, vamos
perdiendo la noción del hecho para recrearnos en el placer de nuestras
palabras, porque nada nos gusta más que escucharnos a nosotros mismos. Nos
perdemos en nuestros propios argumentos, enquistándonos en nuestra versión de los
hechos, en nuestra verdad. Nos quedamos con nuestra percepción de la verdad,
con nuestra Conformidad de las cosas con
el concepto que de ellas forma la mente, aquella que atañe a la conformidad de lo que se dice con lo que se
siente o se piensa. Perdemos la capacidad de escuchar, que es un paso
previo muy importante a la de razonar y la verdad se deforma en un laberinto de
espejos cóncavos y convexos. Incluso la propia palabra verdad ha perdido su
sentido.
La
palabra puede matar a la verdad. Es necesario cuidarla, reflexionar, escuchar,
aprender. Defender nuestra verdad con asertividad, pero sin agresividad, porque
ese es el camino de su deformación y del desencuentro. El hecho ya no está.
Sólo queda lo que tú yo digamos de él. Que sea verdad.
La
palabra es, sin embargo, lo único que nos queda de la verdad. ¿Qué sabríamos de
nada sin una palabra que nos lo hubiera descrito? Las palabras nos permiten
expresar nuestras ideas, representar nuestros conceptos. Transmitir la realidad.
La
verdad tiene sus cosas. Qué cosa es la verdad.
Cristina Marín Chaves
Artículo publicado en la revista de opinión "Crisis"#11 Junio de 2017
1 comentario:
Gran artículo Cris, que suscribo palabra por palabra. Cada ente es un m undo y cada mundo tiene sus propios valores, con sus correspondientes verdades, por las cuales ha matado y seguirán matando siempre. Ojalá esa eterna "palabra-diálogo" siempre fuera la vencedora.
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