Y sobre todo, felicidad. Por supuesto. Ésos son mis deseos para este 2010.
Que por fin cunda la vergüenza entre políticos de medio pelo con ínfulas de estadistas, los de cuarto de pelo que prevarican con nuestros euros y los grandes “líderes” mundiales que se pasean en limusinas y enormes aviones para hacer como que salvan el planeta que se están cargando con sus actitudes y sus decisiones. Vergüenza para todos los que cada principio de año nos llenamos de buenos propósitos de adelgazar, hacer más ejercicio y ponernos a régimen para contrarrestar los exceso navideños –y de todo el año- mientras una gran parte de la población mundial pasa hambre, y no demasiado lejos de nuestras narices. Vergüenza entre los grandes gurues financieros que nos han arrastrado a esta omnipresente crisis pero que ha llevado al paro a los de siempre, a los que no tenían la culpa, peones sacrificables de un indecente tablero de ajedrez, mientras ellos se siguen llenando los bolsillos con las ayudas de los gobiernos, es decir, nuestros impuestos; es decir, tu dinero y el mío. Y el de todos esos nuevos parados.
Visibilidad de todas estas personas que sufren esta situación, que aquí todo el mundo se queja pero nadie actúa. Visibilidad de todos esos conflictos olvidados que Gervasio Sánchez se empeñó en recordarnos el año pasado en su blog “Los desastres de la guerra” pero que ya “no existen” porque no salen en las noticias. Visibilidad de toda la gente que trabaja para los demás, que gracias a ellos los gobiernos de esos países emergentes pueden jugar a superpotencias económicas y nucleares, mientras su población no termina de morirse de hambre gracias a ong’s.
Pero visibilidad también de la gente que sonríe todos los días, que construye su pequeño mundo más justo y solidario, que desde su microeconomía ayuda a personas, comprando en la tienda de la esquina y no en el hipermercado, apoyando con su decisión a esos valientes que quedan que han apostado por ofrecer algo más que un producto o un servicio: profesionalidad y humanidad. Visibilidad para ellos, todos los que ejercen de seres humanos, que se acuerdan de que existen las palabras y los sentimientos positivos, que el vaso está medio lleno siempre que quede alguna gota, y si no queda, a peor ya no puede ir así que a llenarlo. Visibilidad para la esperanza.
Esperanza de esa visibilidad, de que dejemos de fruncir el ceño. De que sepamos mirar más allá, de que el mundo no se acaba, que crisis ha habido muchas y de todas hemos salido. De comprender que nada es eterno y que todo cambia. Que el cambio es posible, puede que doloroso, pero siempre positivo, porque del cambio se aprende y aprender, siempre es beneficioso. Ya os lo he dicho alguna vez. Esperanza de que ese cambio se extienda como una saludable pandemia por las mentes de la humanidad, y llegue a todos esos políticos y magnates que controlan nuestra vida para que esa vida vuelva a ser nuestra.
Visibilidad de todas estas personas que sufren esta situación, que aquí todo el mundo se queja pero nadie actúa. Visibilidad de todos esos conflictos olvidados que Gervasio Sánchez se empeñó en recordarnos el año pasado en su blog “Los desastres de la guerra” pero que ya “no existen” porque no salen en las noticias. Visibilidad de toda la gente que trabaja para los demás, que gracias a ellos los gobiernos de esos países emergentes pueden jugar a superpotencias económicas y nucleares, mientras su población no termina de morirse de hambre gracias a ong’s.
Pero visibilidad también de la gente que sonríe todos los días, que construye su pequeño mundo más justo y solidario, que desde su microeconomía ayuda a personas, comprando en la tienda de la esquina y no en el hipermercado, apoyando con su decisión a esos valientes que quedan que han apostado por ofrecer algo más que un producto o un servicio: profesionalidad y humanidad. Visibilidad para ellos, todos los que ejercen de seres humanos, que se acuerdan de que existen las palabras y los sentimientos positivos, que el vaso está medio lleno siempre que quede alguna gota, y si no queda, a peor ya no puede ir así que a llenarlo. Visibilidad para la esperanza.
Esperanza de esa visibilidad, de que dejemos de fruncir el ceño. De que sepamos mirar más allá, de que el mundo no se acaba, que crisis ha habido muchas y de todas hemos salido. De comprender que nada es eterno y que todo cambia. Que el cambio es posible, puede que doloroso, pero siempre positivo, porque del cambio se aprende y aprender, siempre es beneficioso. Ya os lo he dicho alguna vez. Esperanza de que ese cambio se extienda como una saludable pandemia por las mentes de la humanidad, y llegue a todos esos políticos y magnates que controlan nuestra vida para que esa vida vuelva a ser nuestra.
Todo cambia, ya lo cantaba Mercedes Sosa, que se fue este 2009 (eso es lo único irremediable) según versos del poeta chileno Julio Numhauser:
Sí, felicidad, nada más –y nada menos- que felicidad es lo que os deseo.
3 comentarios:
Soy bastante menos optimista que tú, pero no seré yo quien diga que todo lo que pides no se pueda cumplir. Pero, precisamente, el cambio más difícil es el interior. Ese que nunca acometemos porque esperamos que deben cambiar los demás y el mundo, antes que nosotr@s.
Pero, ¡vamos a intentarlo!
Feliz Año!
No te creas, Elena, lo q pasa es q muchas veces no nos damos cuenta de nuestra verdadera fortaleza interior q nos pueda llevar a ese cambio. Y es común q sea una situación límite, q nos haga tambalear todos nuestros cimentados prejuicios y creencias, la q haga aflorar esas capacidades ocultas y nos ayuden a progresar en ese cambio. A ese respecto, te (os) recomiendo q os leáis un muy buen artículo del semanal de El País del 3 de enero: http://www.elpais.com/articulo/portada/Quien/manda/vida/elpepusoceps/20100103elpepspor_14/Tes
Besos
ole, ole y ole!!!!
aplaudo ese optimismo y confianza en el SER humano
Claro que podemos cambiar, de hecho cambiamos continuamente, lo interesante es ser conscientes y líderes de nuestro propio cambio
Un beos enorme Cris
kin
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