sábado, 29 de noviembre de 2008

Bombay no es un paraíso

Imagen tomada de "elpaís.com"



De hecho, no creo que lo haya sido nunca. Pero ahora menos que nunca. Bombay fue la ciudad menos acogedora que me encontré en mi viaje. Y eso a pesar de ser la entrada a la India. O tal vez precisamente por eso. Porque es una ciudad que no necesita venderse pues ya está vendida de antemano. La antesala de Rupiastán en su mejor –y más caro-escaparate. Tan sucia como el resto de la India que conocí, la gente era menos amable, con un deje en plan “esto es lo que hay, lo tomas o lo dejas”. Caótica y ruidosa –como todo el país- enorme, superpoblada, contrastada, como las chabolas de dos alturas al lado del aeropuerto internacional, o la miseria que se acumula junto a los hoteles de lujo. (A este respecto, os recomiendo vivamente que os leáis “Elefanta Suite”, de Paul Theroux, editorial Alfaguara, en concreto el relato titulado “La puerta de la India”). La puerta de la India mudo testigo de las idas y venidas de cuervos, turistas y vendedores de globos gigantes. Y ahora también del desembarco de terroristas j.a.s.p., ya os acordaréis, jóvenes, aunque sobradamente preparados, dispuestos a perpetrar su particular 11 S en el “corazón financiero de la India”, que de todo se ha oído en estos días.


Estos días. Qué barbaridad, como decía Esperanza Aguirre mientras gateaba camino de casa sin mirar atrás, a la gente que dejaba allí. A lo largo del año, de los años, se suceden los atentados en la India, ora los sikhs, ora los separatistas tamiles, ora los musulmanes contra los hindúes, ora los extremistas hindúes contra los musulmanes. Poco antes de nuestro viaje hubo un atentado en Jaipur, cuyas huellas aún vimos nosotros. Sin embargo, este ha tenido repercusión mundial, no sólo por el número de víctimas, más de doscientos, sino porque los objetivos han sido fundamentalmente turistas occidentales. Y eso sí que no. Si los que mueren son indios, parece que su vida vale menos que la de un occidental y tiene menos importancia. Pero si se trata de turistas, como yo, eso ya es otra cosa. Es indudable que ha sido un suceso muy grave, pero además ha dejado traslucir también el nivel de preparación de los indios ante sucesos extraordinarios. La misma “Espe” lo ponía de manifiesto cuando decía que parecía que el hotel no tenía un protocolo de evacuación en caso de emergencia. Parecía, no. Estoy segura de que no lo tenían. Tiemblo por esa pareja ingresada en un hospital indio. Vi algún puesto médico por ahí y era de los de pensar “Virgencita que me quede como estoy”.


Y ahora a saber de dónde provenía el ataque. Que si extremistas musulmanes de los “muyaidines del Dekán”, que si organizado desde Pakistán… Al gobierno indio le ha faltado el tiempo en acusar a sus vecinos pakistaníes de estar detrás del ataque. Delicado tema. En tiempos de “paz” hacen todos los atardeceres la pantomima de Atari, en la única frontera terrestre entre ambos países, en Amritsar. A ambos lados de la frontera los soldados se pavonean con chulería ante los del otro lado jaleados por el gentío –sobre todo turistas, pero también indios- acomodado en las gradas instaladas al efecto; desfilan pataleando patéticamente al suelo hasta llegar a la verja donde se increpan “amistosamente” y arrían las banderas con exquisito cuidado de que ninguna de las dos quede más baja que la otra, pues eso significaría predominio de un país sobre el otro. Pero cuando la cosa se caldea, dejan de hacer el teatro. Y nos podemos echar a temblar. No olvidemos que ambos países son potencias nucleares, aunque su población de muera de hambre, pues, como decía Aravind Adiga, ganador de la última edición del Man Booker Prize, el premio literario más relevante en lengua inglesa, “India es el peor país para ser pobre” (http://www.elpais.com/articulo/cultura/India/peor/pais/ser/pobre/elpepicul/20081119elpepicul_6/Tes). El peor país para ser pobre sobre todo si tu gobierno se dedica a fabricar y acumular arsenal atómico o a pasear por la Luna en esa absurda carrera espacial. Más valdría que el gobierno indio pusiera los pies en la tierra y no jugara a superpotencia, ni siquiera a potencia emergente sin solucionar los problemas sociales de su país, que son muchos. Pero eso es objeto de otra entrada.


Terribles estos días en Bombay. Y lo que queda por delante de recomponer la puerta de la India, no el monumento, que ahí sigue viendo la vida –y la muerte- pasar, sino ese barrio de Colaba auténtico escaparate de Bombay o esa estación Victoria donde estoy segura de que los atentados pillarían desprevenidos a centenares de familias durmiendo en el suelo a la espera de su tren.














El café Leopold, uno de los objetivos atacados, es donde cenamos la última noche Ignacio y yo antes de tomar el avión.


A mí también me podía haber tocado.