lunes, 1 de agosto de 2011

tiempo de mochilas



O mochilas de tiempo. Y no me refiero a que sea el verano momento propicio para colgarse la mochila al hombro y salir por el monte, que también, sino a las mochilas de tiempo con las que cargamos cada uno en nuestra vida.

Lo pensé la otra noche regresando a casa mientras no me quedaba otro remedio que oír la conversación de una chica con leve acento sudamericano en la que le contaba, con mucho cariño a alguien que llamaba papá –pero no podría asegurar el parentesco, porque la confianza que demostraban me sorprendía para tal relación- que se arrepentía de lo que había hecho en el pasado, pero que ahora era otra persona. Me quedé con la duda de saber qué es lo que habría hecho esa chica, y aún hoy vuela mi imaginación recreando historias de una vida ajena.

Aquella chica cargaba con una mochila, la de su vida, que ciertamente le resultaba pesada. Y me di cuenta de que todos llevamos a nuestras espaldas las nuestras, con las que vamos andando por nuestra existencia.

Me ha tocado hacer muchas mochilas, de las de verdad, de las de tela que se llena de ropa y muchas cosas, y he aprendido a meter lo necesario, a prescindir de aquello que pensaba imprescindible en aras de ir más ligera. Y he podido sobrevivir. Luego a la vuelta he podido volver a mis cosas, perfectamente guardadas en casa, a disfrutar de ellas o simplemente a saber que existen, que están ahí y que puedo usarlas cuando quiera. Otras, directamente, las he tirado.

Dicen que la vida es un largo viaje, y transitamos por ella con nuestra mochila al hombro, tan invisible como real porque es lo que ya hemos vivido, lo que ya nos ha pasado. Aquello que forma parte de nosotros. Pero ¿Necesariamente tenemos que cargar con toda la mochila o, por el contrario, deberíamos ser capaces de saber sacar lo prescindible, dejarlo bien guardado y viajar ligero con lo con lo necesario? ¿Y lo necesario es siempre lo mismo? A mí no se me ocurriría ir a la selva tropical con botas de esquiar o a Groenlandia con bikini. Así pues, cada parte del viaje de nuestra vida pide una mochila, y el resto, lo dejamos en casa. Existe, por supuesto que existe, lo sabemos y lo asumimos, pero no cargamos con todo para luego no poder subir la cuesta.

Y cuando nos encontramos con otro caminante, sabemos que también viene con su mochila, y lo asumimos porque sabemos que lo que lleva a su espalda es lo vital para él o ella, o aquello de lo que aún no se ha podido desprender. De la misma manera, yo viajo con una mochila que ahora está demasiado llena, que tendré que ir vaciando poco a poco para poder dar el siguiente paso, dejando recuerdos en el armario de mi alma y portando sólo lo importante, aquello que cualquier viajero que se cruce en mi camino comprenda que, en este punto de la senda, es lo que es ahora mi vida.