sábado, 31 de octubre de 2009

libre te quiero





Uno de los recuerdos más entrañables de la India fue una sobremesa, bueno más bien una “sobremanta” bajo la última sombra antes de entrar en el desierto del Thar. Entablamos allí una animada discusión sobre Agustín García Calvo, escritor y filósofo “maldito”, sobre las palabras y sobre la mutabilidad del idioma. Al margen de lo surrealista que puede llegar a ser estar hablando de filosofía, filología y poesía sentados en una manta a las puertas del desierto, con los camellos y los guías como discretos testigos, la conversación resultó de lo más animada, y ahí estábamos los cuatro volcando nuestras opiniones, opuestas pero no enconadas. Fue una sensación gratificante, un ejercicio dialéctico que demostraba que la inteligencia no toma vacaciones y que una buena tertulia se puede esconder debajo de un matojo.

Al llegar a Jaisalmer, uno de los cuatro se molestó en enviarme esta poesía, “Libre te quiero” de la cual tiempo después tuve el placer de conocer la versión musicada por Amancio Prada, gracias a una de las personas con más sensibilidad que conozco. De la poesía me decía aquel, que la última estrofa era “arrasadora”:

“Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.”

Él interpretaba este último verso como “la imagen de la total libertad individual, cuando uno/a no sólo no está dispuesto a ser preso/a de nadie, sino que no lo va a ser ni siquiera de sí mismo/a. Es decir, que uno/a no sea víctima de sus propias decisiones y que tenga la posibilidad de contradecirse y de ir en contra de lo que un día pudo decir o prometerse a sí mismo”.

No puedo más que estar de acuerdo con él. La vida se empeña en demostrarnos eso, que es puro cambio. Todo cambia, todo evoluciona a nuestro alrededor, desde la compañía telefónica que te da servicio hasta tus propios pareceres. Y no se trata de incongruencia. Saber adaptarse, aprovechar los cambios para sacar lo mejor de ellos es la esencia de la vida. Sí, da miedo, es el temor a lo desconocido. Pienso que todos, de alguna manera, tenemos una mirada miope de la vida, y sólo vemos lo inmediato, la incertidumbre, el dolor, porque muchas veces un cambio conlleva un duelo por lo que dejas atrás. Pero como todos los duelos, los superas –aunque no los olvidas- y de ello aprendes. Yo también he tenido grandes y dolorosos cambios en mi vida y lo he pasado mal. He comprobado en mis propias carnes que de los cambios siempre sacas algo positivo. Y no puedo decir que del fallecimiento de mi madre sacara algo positivo, porque cada día la echo de menos, pero gané una buenísima relación con mi padre al quedarnos los dos solos a la vez. Ese hecho tan doloroso devino en un estrechamiento de lazos entre ambos y una confianza que no habíamos tenido hasta entonces. Y en atrevernos a decir “te quiero”. Pese a tanto dolor, algo positivo.

Y los convencimientos también pueden cambiar. Porque obedecen a un momento con unas determinadas circunstancias que, como tales, corresponden a un tiempo determinado en la vida, que no tiene porque ser exactamente siempre el mismo. Es más, pobre el que no cambia nunca su vida porque entonces es como si estuviera muerto. Pues eso vamos a ser valientes y a encarar la vida tal y como viene. Y a disfrutarla, aunque duela.

“No hay pasado ni futuro en la existencia. La existencia es sorpresa” acabo de escuchar en la intro de “Puerto presente” de Macaco. Pues eso.




jueves, 29 de octubre de 2009

a Miguel

Hoy lo he visto.
El cielo de los niños
está donde nace el Sol.
Y son ellos, los niños,
los que lo levantan cada mañana
para iluminar el juego de sus amigos.

Hoy lo he visto.
El cielo de los niños
se pierde en el oriente.
Tal vez junto a los Reyes Magos.
Claro, nadie como ellos
entiende de juguetes.

Hoy lo he visto.
Hoy he visto decenas de globos
volar con mensajes de cariño
hacia Miguel,
hacia el amanecer.
Hacia el cielo de los niños.