lunes, 29 de noviembre de 2010

un paseo por San Glorio y Riaño




O más bien “paseín”, como dicen por ahí, una excursionceta por Riaño y el puerto de San Glorio que me hice a principios de verano. Y si la hice entonces, ¿Por qué la cuento ahora?, me preguntaréis. Pues en primer lugar, porque me apetecía y en segundo porque el otro día vi un vídeo que me estremeció:



Y decidí que tenía que contarlo.

Había leído sobre la polémica estación de esquí que pretenden instalar en el puerto de San Glorio, entre Cantabria, Palencia y León, e incluso había opinado sobre este asunto en un artículo del diario de León muy interesante: http://www.diariodeleon.es/noticias/noticia.asp?pkid=533819. También había leído una crónica sobre la amarga construcción e inundación del pantano de Riaño (“Veintiún años bajo el fantasma del agua”, PUEYO in Mayoral , coord., 1991, “Riaño” Dip. ¨prov. de León. Gerencia urbanística de Riaño, pp 19-56). Aquello me llamaba irremediablemente, así que decidí calzarme las botas y conocerlo de cerca. Había que subir.

La carretera que lleva hasta allí parte de los horizontes largos y ondulados de Tierra de Campos para poco a poco empezar a cerrarse el monte. Pasas Cistierna y quien se ondula es el camino y el dorado de tierra y rastrojo se torna verde prado y bosque… Hasta llegar al gris de la cerrada de la presa tras una pronunciada curva. Te la encuentras ahí, desafiante, arrogante, e intentas imaginar el fantasma de una pintada que fue un grito: “Demolición”. Pero está al otro lado.


Sigues hacia arriba. Ya no hay río ya es agua embalsada, ahora domina el azul, que anegó praderas y pueblos. Pueblos como Riaño, al que le clavaron estacas de hormigón en pleno corazón en forma de las pilas que sustentan el viaducto que conduce al nuevo núcleo. Al recorrerlo sentí punzadas dentro de mí pensando lo que había leído y lo que recordaba de aquella época en que yo era una joven universitaria recién estrenada. Pensé que si en aquel momento en que yo ya estaba metida en el comité de huelga de distrito hubiera estado en Riaño, también me habría subido a los tejados para intentar impedir su demolición. Hoy la demolición de su iglesia que acabáis de ver me sigue helando las venas, anudando la garganta y encogiendo el estómago.

Al entrar en el pueblo nuevo, te espera un hórreo y una ermita, la del Rosario como testimonio de que se respetó el Patrimonio pero no la Historia. Sí, Riaño produce una sensación agridulce, que aún no he podido digerir. Me gustaría volver, hablar con sus gentes y saber qué piensan veintitantos años después.

Hablar con la gente. Es uno de los paradójicos placeres de viajar sola. En Llánaves de la Reina buscando un camino una mujer mayor -que yo creí lugareña- se acercó a ofrecerme ayuda. Le comenté mis tribulaciones y ella me aconsejó que subiera hasta San Glorio y que visitara el monumento al oso. Lo típico, vamos. Estuvimos hablando un rato más, decidí hacerle caso y me subí a ver ese oso monumental que inclina su cabeza hacia los Picos de Europa, como implorando su territorio. No es cuestión de que te manden en una dirección y te vayas en la otra. Luego me alegré de mi decisión.

A Teresita, que así se llamaba aquella mujer, me la volví a encontrar por la tarde. Bueno, más bien me encontró ella. Me invitó a pasar a su casa e incluso a un chupito de orujo –“Teresita que tengo que conducir…”- Ahí estuvimos un rato charrando, contándome sus cosas y yo algo de las mías, pero era mucho más placentero escucharla. Me gustaría volver a verla. Una mujer valiente, que vive sola pero que no está sola. Es fácil encontrarla si vas de mayo a noviembre a Llánaves, todo el mundo la conoce.

Descubrí un cartel que me indicaba la senda hacia el Coriscao y aunque era ya tarde tenía que subir. La sudada fue tan impresionante como las vistas desde ahí arriba, mirando los Picos de tú a tú por encima de neveros en pleno julio, y una lección de geología ante mis ojos. Ante mí kilómetros cuadrados de valles en U, cabalgamientos y sinclinales colgados, con el carbonífero jugueteando con los conglomerados cenozoicos.


Creo que era una enseñanza de Jesús o algo así, que al pobre no hay que darle pescado para que coma un día, sino enseñarle a pescar para que pueda comer todos los días. De la misma manera, una estación de esquí que deja el impacto y se lleva el beneficio, es el pescado para saciar el hambre de una generación...a costa de las venideras.

Los propios habitantes de la zona deberían exigir a la Junta de Castilla y LEÓN que les pusieran los medios para pescar y saciar el hambre y el valle. No es tiempo de llorar, es tiempo de imaginar. Y esos valles tienen potencial en sí mismos. Desde una ruta geológica que atrajera visitantes de toda España e incluso Europa, tanto visitas individuales como colectivas, hasta modelos como lo que están haciendo en El Frago, un pequeño pueblo cincovillés sin más alicientes que el paisaje y el patrimonio, que no tenía nada y no paran de moverse para tener algo y sobrevivir. Y lo consiguen. Sin estación de esquí.

Hay otros modelos. Lo primero que hay que cambiar son las mentalidades, pero la de los mismos montañeses.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

volver a nacer, volver a vivir, volver a existir



Remansadas ya las aguas mediáticas de los mineros chilenos, ya poca gente se preocupa de la nueva vida de esos treinta y tres hombres. Nueva vida porque decidieron vivir, porque cuando se quedaron ahí abajo optaron por vivir y lo consiguieron.

Siempre he pensado que la mejor medicina es la voluntad de vivir y la peor enfermedad es la falta de ganas de luchar. Eso lo he experimentado muy cerca en ambos sentidos. Y es una lección que no olvidaré jamás. Está presente en mi ánimo. Y es que, como dijo Marcelino Camacho, "cuando uno se cae, se levanta y tira pa'lante". A mí me pasó algo parecido hace casi cuatro años, cuando se me juntaron varias pérdidas y circunstancias adversas, todas prácticamente a la vez. Lo pasé mal, muy mal, hasta que toqué fondo. Y en ese momento casi me alegré porque comprendí que lo único que podía hacer es tirar para arriba. Y eso fue lo que hice. Con ayuda, eso sí, alguna inestimable, pero salí adelante y no sólo eso, sino más fuerte.

Algo así es lo que los psicólogos y afines deben de denominar “longanimidad”. Y hay otro término relacionado: “resiliencia”. La primera vez que me enfrente a estas palabras fue en la carta 10 de un libro, “La buena crisis”, cuyo autor, Álex Rovira, se ha enriquecido un poco más gracias a mí porque no he parado de comprármelo para regalarlo posteriormente. Según el diccionario de la R.A.E., Longanimidad significa “Grandeza y constancia de ánimo en las adversidades”. Por su parte, definen Resiliencia como “Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Ahí es nada.

Todos tenemos, en mayor o menor medida, esa capacidad de sobreponernos, de superación y de adaptación, aunque no nos lo creamos. Nos hacemos –o nos hacen- más débiles por miedo o sobreprotección. Esto último es fatal. En esa misma carta, Rovira comenta el caso de las crisálidas de las mariposas, que deben realizar un enorme sobreesfuerzo para romper el capullo y salir a volar. En un experimento científico, se ensayó a romper artificialmente ese capullo y, efectivamente, las mariposas salieron, pero no fueron capaces de volar y, por tanto, de alimentarse, y murieron de inanición. De la misma manera, si a una persona, que no decir de un niño, no le das la oportunidad de enfrentarse por sí misma a la vida, nunca aprenderá, se estrellara continuamente y protector y protegido se encerraran en la cárcel de un círculo vicioso de dependencia-protección, absolutamente nocivo para ambos.

Y es que por mucho que Elsa Punset, en su “Brújula para navegantes emocionales” -del cual extraigo una cita en el lateral- comenta que uno de los cinco lenguajes del amor es a través de actos de servicio, no creo, por mi parte que esto sea beneficioso en la relación porque por un lado crea costumbre y, por el otro no permite desarrollarse a la otra persona llegando incluso a agobiar al ser “querido” si no es eso lo que precisa.

Siendo muy joven, en un acto de rebeldía adolescente, mi padre me quería ayudar y yo le dije que no, que me dejara que me equivocara, que así aprendería del error. Hoy sigo creyendo que es mejor dejar a la gente en libertad, incluso cuando se cae. Claro, claro que se puede ayudar, pero dejando autonomía, dejando que se supere, que deje aflorar esa longanimidad y resiliencia que todos tenemos dentro para que pueda volver a nacer, a vivir, a existir. Más y mejor.

martes, 2 de noviembre de 2010

algo está fallando



Cuando esta mañana he oído la noticia, me he quedado tan anonadada que no he podido reaccionar: una niña había tenido un bebé, aquí, en España, con apenas diez años. El padre también es menor. La niña y su bebé están bien, de momento con la familia y la Junta de Andalucía, que es donde ha nacido la criatura, está estudiando qué hacer con ellos. Me he querido informar más y he descubierto que la niña es de origen rumano y que en 2008 –último año del que se tienen datos censales- hubo 177 partos de niñas menores de quince años. Ahí es nada.

Independientemente de que la nacionalidad de la madre-niña da lugar a proseguir con el tan sobado debate de la sanidad pública española y los extranjeros, y también al margen del entorno social y cultural de esa familia, quedan muchas cartas sobre el tapete; la primera, la precocidad de esos críos. No es habitual que las niñas estén en condiciones de quedarse embarazadas con tan solo diez años, pero sí es cierto que basta con darse una vuelta por cualquier colegio de primaria para ver que hay alumnas de 5º y 6º francamente desarrolladas, con lo que este riesgo entra dentro de lo posible.

Pero hay un hecho aún más arrollador y son esos 177 casos, esas 177 niñas arrancadas de su infancia o que la abandonaron demasiado pronto. Y cabe preguntarse por qué, qué hay detrás de estas vidas que se saltan la adolescencia para caer de bruces en la madurez que supone educar un hijo. Un hijo, de carne y hueso, no un muñeco con caquitas de barro. No me considero mojigata, ya lo sabéis, pero veo a mi alrededor cómo es difícil vestir a una niña de niña, cómo desean parecerse a esas “Hanna Montanas” o “patitos feos” que luego sabemos que no lo serán y formar parte de una pandilla de “divinas”, cómo escuchan músicas de letras explícitas y cómo siguen con avidez series de televisión situadas en institutos en los que pasa de todo y con toda naturalidad. Y esas personalidades en formación son auténticas esponjas que absorben lo que les rodea sin pararse a seleccionar, lo mismo da sucia agua de fregar que la de la más cristalina de las fuentes.

En la era de la información falla la información por exceso de información. Delegamos o relegamos el momento y la manera de hablar con nuestros hijos y no sabemos por dónde empezar porque nos dan cien mil vueltas. Además, piensan, cómo les vamos a hablar nosotros de sexo si para ellos somos unas antiguallas de cuarenta años que ni nos acordamos de cómo se hace, que eso es cosa de cuerpos jóvenes y atléticos y no de sus ojerosos padres. Falla la comunicación y los mensajes llegan por canales inadecuados. Y luego nos tenemos que lamentar de esas 177 vidas refractadas o enzarzarnos en interminables debates sobre el aborto. Es todo tan delicado…