martes, 29 de septiembre de 2009

autoridad pública vs. sentido común




El inicio de curso ha venido este año amenizado con la propuesta de que los profesores sean autoridad pública. Me pregunto qué hay de sensato en ello y qué de afán de protagonismo de Esperanza. Que las cosas se han ido de las manos, no lo niego. El otro día me mandaron el chiste de arriba. Creo que ahí radica el problema. En este país practicamos una suerte de maniqueismo en lo referente a educación. Pasamos del blanco al negro y viceversa sin detenernos en los innumerables matices del gris. Por no hablar de los colores. Lo que para una generación era lo mejor, mano dura, férrea disciplina y la letra con sangre entra, a la siguiente generación es pecado mortal y el niño (o la niña) siempre lleva la razón aunque nos torture con sus caprichos y rabietas, no le negamos nada, olé mi niño (o niña) qué buenas notas saca y cómo se le habrá ocurrido al capullo (o capulla) de profesor (o profesora) suspenderle. Esto en casa. En el colegio no vamos mucho mejor, pasamos de planes excesivamente teóricos y generalistas, pero donde obtenías por lo menos un refrote de cultura general, a otro, perdón otros, donde lo que prima es que el niño (o la niña) esté escolarizado hasta los dieciséis años. Unos amigos profesores tenían hace años la teoría de la cabra. Decían que si una cabra se matriculaba en 1º de la E.S.O. conseguía llegar hasta 4º. Tengo entendido que las cosas han cambiado algo, porque ésa es otra perversión de nuestro esquizofrénico sistema educativo: Con cada legislatura cambiamos de plan de estudios.
Ahora parece que se encienden luces al final del túnel y gobierno y PP quieren llegar a un pacto por la educación. A ver si es verdad y a ver en qué queda. Mientras tanto, aquí no hay quién se aclare, ni los profesores ni los niños (o niñas). Ni los padres.

Y así andan o andamos muchos padres (o madres) desorientados. Educar se ha convertido en demasiadas ocasiones en la crianza de unos seres absolutamente egocéntricos, en cuyas vidas no cabe la respuesta “no”. Y luego pasa lo que pasa; que las criaturas, una vez dominados a sus padres, buscan otras víctimas propiciatorias en la figura de los docentes. Y los padres aplauden con la orejas a sus retoños.

Y ahí es dónde entra la peregrina propuesta: Convertir al profesor en autoridad pública ¿Qué va a hacer ese profesor/autoridad pública? ¿Llenar las comisarias de denuncias? ¿Ir a clase con porra o volver a la regla de madera? ¿Educar en el miedo? ¿Ése es ejemplo para formar ciudadanos de una sociedad democrática? ¿O a lo mejor la cuestión está en la educación, no ya sólo de los niños, sino de los propios padres?

Recientemente ha salido otro estudio en el que decían que los hijos de familias, sobre todo madres, con estudios superiores tenían menos tasa de fracaso escolar que los hijos de padres con menor nivel de estudios. Sin entrar en clasismos que algo me parece que rezuma la noticia, sí que es cierto que la educación de los padres influye en la de los hijos. No sólo en que hagan mejor los deberes y tengan más acceso a material de consulta, sino en la forma de concebir la educación. En el colegio de mis hijos funciona una escuela de padres, con charlas muy interesantes sobre aspectos conflictivos de la educación. La idea es buena, pero existe un sutil problema: a estas charlas vamos muy pocos padres, sobre todo madres, normalmente ya concienciados y comprometidos en la educación de nuestros hijos. De esta manera el mensaje no llega a todo el mundo y no se soluciona el problema. Es entonces cuando surgen las ideas “geniales” de Esperancita del estado policial en las aulas. Error, error. No hay que buscar la forma de reprimir, sino la de educar al educador. Y en este caso me refiero al educador o educadores principales, a los padres. Los profesores son enseñantes que, si bien tienen que trasladar un modelo de comportamiento a sus alumnos –en este punto recuerdo los dolores de cabeza que durante dos años nos ha dado la profesora de uno de mis hijos- no ha de recaer en ellos la responsabilidad de educarlos. Para eso estamos nosotros. El colegio colabora con nosotros.

Pero ¿Cómo hacer llegar de una manera efectiva esa educación a los padres? El modelo de las charlas ya hemos visto que no es suficiente. Se me ocurre una cosa. Estamos en la era de la publicidad y el marketing. Todo nos entra por los ojos y los oídos; asimilamos mejor la musiquilla de un anuncio que el código de la circulación, por ejemplo. Recientemente un hipermercado ha comenzado la campaña contra las bolsas de plástico, sin ninguna ley por medio de momento, y en menos de un mes cada vez vemos más gente que va a comprar con su bolsa reutilizable traída desde casa. Entonces, ¿por qué no orientar los esfuerzos a una campaña institucional de concienciación sobre la importancia de la educación, no sólo en el colegio, sino también en casa? ¿Por qué no educamos a los padres y madres utilizando el código de comunicación del siglo XXI? Imaginad televisiones, radios, diarios e internet emitiendo esos mensajes. Se colarían en la conciencia colectiva e individual con mucha más facilidad que una ley de difícil aplicación. Y sería más barato, estoy segura. Es la era de la publicidad, aprovechémosla en nuestro propio bien. Y en el de nuestros hijos, digo, futuro.


lunes, 7 de septiembre de 2009

verano de raso


Verano de raso que que resbala en el calendario como los amantes en sábanas lujuriosas. Verano caluroso, caliente, tórrido. Verano de sequía y sudor. Verano de encuentros, desencuentros y reencuentros. Verano de ausencias y presencias. Verano de tienda, mar y estrellas. Verano de amigos que te recuerdan su grandeza sin grandilocuencia y con cariño. Verano de descubrimientos infantiles que miran un mundo que se asoma a sus ojos inundados de novedad desde la altura de la torre Eiffel. Verano de cambios y pervivencias, de sensaciones raras, de nuevas emociones.

Verano que destapa un septiembre con un futuro por descubrir, lleno de incertidumbres.

Raso que dará paso a la franela.