sábado, 17 de septiembre de 2011

la vida es muy corta


Éste es el título de uno de los muchos poemas que me escribió Vicente. Es el que elegí para leer el sábado pasado en la fiesta que organizamos en Alcañiz en su memoria. Era nuestra despedida, ya que no se nos permitió otra más al uso en su momento. Ahora, tres meses y medio después, casi lo agradezco. Y creo que él también, porque así es como pienso que le hubiera gustado despedirse, en su tierra amada, con los amigos, con sus hermanos y con la gente que verdaderamente le quería. En este último aspecto, y dado que lo organizamos un pelín deprisa no pudo venir toda la gente con la que nos hubiera gustado compartir este momento. Algunos ya nos dijeron que estarían con nosotros aunque fuera en la distancia. Eso también se agradece.

Tenía preparado leer ese poema y otro más de Ángel González que ya le había enviado alguna vez, y también unas pocas palabras. Pero no lo hice al final. Fue bonita la velada pero me fallaron las fuerzas. La gente comía bebía, hablaba y reía, y también escuchaba el jazz del grupo de José Luis, que a pesar del vídeo –grabado por mi hijo- y de las propias palabras de los músicos –serán los primeros que estuvieran contentos con su actuación- sonaban muy bien; pero a mí me faltaba algo, seguramente él. Una semana después, por fin lo puedo compartir con todo aquel que se asome a éste mi rincón del corazón:

Vicente era un mago de las palabras. Sabía manejarlas a su antojo. De la misma manera que un buen bailarín conduce a su pareja por toda la pista manejándola con un solo dedo y bailando el más maravilloso de los valses, así él sabía encontrar la palabra justa que se entrelazara con la siguiente, cada una con su significado, todas con el suyo. Nada al azar. Y si no existía la palabra perfecta, daba igual, la inventaba. Vicente era más que un gran juntador de palabras. Era un poeta.

Vicente y yo intercambiamos muchas palabras. Palabras llenas de amor, de mar, de primavera. De tierra, de verde. De horizontes violetas. Palabras llenas de esperanza, pero también de miedo. De alegría las más, pero también otras cargadas de incertidumbre. E incluso, a veces, de tristeza. Como la vida. Siempre palabras de vida.

De todos los versos que me envió en estos casi tres años, hoy quiero compartir con vosotros éste:

La vida es muy corta
como para no amar
La vida es muy corta
como para hacer daño
La vida es muy corta
como para hacerse daño
La vida es muy corta
como para odiar
La vida es muy corta
como para no acariciar
La vida es muy corta
como para no sentirse vivo
Sí, te quiero
y tampoco me cansaré
de repetirlo
Por fortuna es muy ancho el amor
escucha su oleaje
escucha su oleaje
escucha su oleaje


Sin embargo, el que hoy mejor refleja mis sentimientos no es él, sino Ángel González. Y es que Vicente y yo hablábamos de vida. La muerte no entraba en nuestros planes:

YA NADA ES AHORA

Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-

podrá evitarlo:
exento, libre,

como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,

creciente en un espacio sin fronteras,

ese amor ya sin ti me amará siempre.

Ángel González

Gracias a todos por estar ahí.