viernes, 31 de diciembre de 2010

despedida y cierre



Me alegraría de que acabara este 2010, si no fuera porque viene 2011. Uno de mis propósitos de año nuevo es escuchar menos las noticias, porque están acabando con mi ánimo. Menos mal que anoche cuando venía a casa ví la fachada de un edificio en la que en cada balcón felicitaban el 2032, 2027, 2050… era la publicidad de un banco en el que decían que el futuro existe… supongo que para seguir cobrando las hipotecas. Pero el mensaje tenía ese puntito positivo para los que, como yo, estamos abrumados por la proximidad de un año, que nadie pinta bien.

Este 2010 que acaba lo comencé con mucha alegría y optimismo. Pensaba que tenía un año por delante para solucionar muchos asuntos pendientes, laborales y personales. Apenas le quedan unas horas y el balance –prefiero no hacerlo- me deja una punzada de dolor en el pecho. Literal.

Necesito pues despedir y cerrar este 2010 en el que, aparte de ilusiones, se nos han ido realidades tan tangibles y necesarias como Delibes, Saramago o Labordeta:




Como no me encuentro con ganas, ni tengo tiempo ya, os invito, casi os pido, que en vuestro comentarios aportéis lo positivo de este año. Y sí, ya sé que cada día ha salido el Sol y que existe la sonrisa de mis hijos. Eso es fundamental. Pero vamos a hacer una terapia de grupo ¿Vale?



martes, 21 de diciembre de 2010

en estas fechas tan entrañables



permitidme
que os invite a escuchar el único villancico con el que no os van a atronar en los centros comerciales mientras os gastáis demasiado dinero en regalos que no os van a agradecer (me sé de una...):



No sé si desearos felicidad, eso lo suelo hacer a lo largo de todo el año. Sólo os deseo que podáis llegar a hacer la digestión de todo lo que comáis y bebáis mientras fingís esa felicidad. Supongo que habrá alguien que la sienta de verdad. Enhorabuena.


viernes, 10 de diciembre de 2010

catálogo de nuevas vidas



Hace tiempo tuve oportunidad de conocer algo de análisis transaccional. Hablaban de que todo el mundo necesitamos caricias, reconocimiento hacia nuestra persona, y procuramos llenar nuestra vida de ellas. No son sólo caricias físicas sino también emocionales y éstas pueden ser positivas, negativas o incluso devaluatorias. Las conseguimos de seis maneras fundamentales: Aislamiento, rituales, pasatiempos, juegos, intimidad y trabajo. Me quiero centrar en tres, en los pasatiempos, los juegos y la intimidad.

Un pasatiempo es una conversación preestablecida alrededor de cierto tema, como el tiempo, el trabajo, conversaciones sobre niños, etc. Es “lo que hablamos habitualmente”. Lo de los Juegos es algo más complicado y peligroso: Son aquello que nos pasa una y otra vez, que no nos llega a satisfacer pero de lo que no sabemos salir. La mayoría de las caricias obtenidas en los juegos son negativas. Es, de alguna manera, la transacción más peligrosa y extendida, un método fallido de obtener las caricias deseadas. En el caso de las parejas, los juegos psicológicos llevarán a la crisis de pareja tarde o temprano, aunque muchos prefieren seguir jugando a los juegos dictados por sus “guiones de vida”, antes que salir de los mismos.

La Intimidad, en cambio, es un intercambio directo y poderoso de caricias. La intimidad no es lo mismo que el sexo aunque frecuentemente ocurre en el sexo. Desafortunadamente, la intimidad duradera es difícil de lograr porque las personas frecuentemente son –o somos- emocionalmente analfabetas y preferimos conseguir nuestras caricias a base de rituales, pasatiempos o juegos, más fáciles, pero menos satisfactorios.

De manera que cuando en una pareja se ha establecido un “intercambio de caricias” basado únicamente en pasatiempos y juegos, deberían encenderse las luces de alarma y cambiar. Ya dijimos que el cambio es difícil, duro y que da miedo, pero ese miedo nos vuelve miopes y no somos capaces de mirar más allá del segundo inmediato al cambio. Segundo duro, qué duda cabe, pero es sólo eso, un segundo, un instante en la vida. Y la vida sigue. Para ambos. Una relación perniciosa no permite desarrollarse plenamente a ninguno de los miembros de la pareja, mientras que si deciden separarse ambos tienen muchas posibilidades de encontrar esa felicidad perdida e incluso mejorada. Es amplio el catálogo que conozco de esas “vidas nuevas”, como la mujer de la que me hablaron hace poco que se había quedado hecha añicos tras su separación, “una piltrafa de mujer”, y ahora está radiante, absolutamente feliz con su nueva libertad.

También me hablaron del caso de un hombre, Howard de 85 años, con una experiencia vital asombrosa: Howard se ha casado hace poco. Su primera esposa murió hace 4 años. Después conoció a Leslie, una viuda 15 ó 20 años menor que él cuyo primer marido era israelí; Howard y Leslie se casaron hace dos años, fueron a Israel para la boda de miel; pero al llegar, ella se dio cuenta de que todavía tenía sentimientos de pesar no resueltos y le dijo a Howard que no podía estar casada con él. Volvieron a California y se divorciaron. Un año después Howard conoció a Helena, su actual y reciente esposa. Maravilloso ¿no?

Sin ir tan lejos, también conozco el caso de un viudo de unos 69 años que conoció a su actual pareja por Internet. Ella es una mujer divorciada de cincuenta y tantos, y ha encontrado la sonrisa junto a ese hombre. Es para verlos, absolutamente felices.

Y es que una de las excusas más comunes para no cambiar y dejarte arrastrar por la rutina de los juegos y los pasatiempos es la edad. Nada más lejos de las posibilidades que ofrece la realidad ¿Qué me decís de un hombre viudo de más de ochenta años, que sesenta y dos después se reencuentra con su primera novia, también viuda? Pues también existe el caso.

Los papeles también están plagados de casos de vidas nuevas, aunque pareciera tarde. El caso más sonado fue el de Felipe González hace dos años que tras casi cuarenta de matrimonio, lo rompe y se va con su nueva pareja, a la que le lleva unos veinte años. Y Carmen Romero sigue con su vida. No es el único caso en el mundo de la política, ahí está Álvarez Cascos –éste compulsivo- Rodrigo Rato, Josep Piqué, Bono y más allá el francés Sarkozi con su Carla Bruni, por ejemplo

Sin embargo, la nueva vida más bonita y que más envidia me dio fue la que vivieron José Saramago y Pilar del Río, 28 años de diferencia, a la que conoció cuando él tenía 63 y que formaban un tándem perfecto y apasionante.



Sí, hay nuevas vidas esperándonos, no nos cerremos a ellas por miedo o por costumbre. Salgamos a vivir y dejemos también vivir a quien atamos a nuestro lado.