jueves, 31 de marzo de 2011

la paradoja japonesa



“Japón sabe construir casas antiterremotos pero no antitsunamis” comentaba un experto nipón en planificación urbana a una periodista. No deja de ser una paradoja si pensamos que “tsunami” es una palabra japonesa que ya hemos aprendido todos que quiere decir “ola de puerto”. Un tsunami consiste en una serie de olas generadas por un “dislocamiento” vertical de una columna de agua causado por deslizamientos, actividad volcánica, impactos de cuerpos grandes o sismos, como ahora. Para que lo entendamos, se pudo producir un súbito hundimiento del fondo marino que se “tragara” el agua hacia su interior. Esto implica la típica retirada del mar de las costas que precede a la “gran ola” del tsunami que se produce cuando el sistema se ha estabilizado y causa efectos destructivos en el regreso del agua a la costa, como hemos visto.

Y es en ese punto, en tierra firme japonesa, cuando no entendemos nada, cuando la palabra “paradoja” acude a nuestra mente mientras nos bombardean las imágenes de coches amontonados, barcos tierra adentro varados como casas y casas flotando sobre el agua como barcos a la deriva. Las mismas casas que habían resistido el terremoto. Todo esto en sí, ya es una catástrofe, la traducción social del peligro que supone un terremoto y su posterior tsunami. Esta interacción entre condiciones naturales y sociedad es lo que conocemos como riesgo natural y es necesario evaluarlo para medir y corregir esa posible afección. Así de sencillo. Entonces ¿qué falló?

En realidad no falló nada. Los edificios estaban preparados para resistir el seísmo y lo resistieron. Muchas de las casas que vimos a la deriva estaban intactas, a pesar de la magnitud 8,9 del terremoto. La normativa en ingeniería de la construcción en aquel país es modélica con respecto al resto del mundo. En Japón conocen perfectamente su situación en la unión de las placas Euroasiática, Pacífica y Norteamericana. El contacto entre estas dos últimas se produce justo al Este del archipiélago (donde se originó el terremoto) y supone la penetración –subducción que decimos los geólogos- de la placa Pacífica por debajo de la Norteamericana. Esto crea fallas activas y una fosa con una profundidad superior a los 10.000m, mucho más que la altura del Everest. El movimiento de esas fallas libera gran energía y es lo que da lugar a los terremotos, muy frecuentes en esa zona. No hay más que mirar la página web http://www.iris.edu/seismon/. Así descubrimos que cerca de la costa de Honsu, donde se dio el devastador del once de marzo, se han producido sólo en los últimos quince días casi cuatrocientas réplicas de cuatro o más grados de magnitud en la escala Richter.

Sin embargo la tragedia de Japón ha trascendido más allá de los efectos directos del terremoto y posterior tsunami. Ahora la atención mediática –es decir, mundial- está dirigida hacia la central nuclear de Fukushima. Para decidir el emplazamiento de una central nuclear se lleva a cabo un control muy estricto sobre múltiples factores. En el caso de las centrales nucleares de Japón podemos pensar que han sido diseñadas debidamente si tenemos en cuenta que han resistido adecuadamente los múltiples sismos que se producen en esa zona, incluido este último. Sin embargo quedan preguntas en el aire: ¿En que condiciones resistentes están los materiales aislantes de los reactores? Si bien suelen estar enfundados en hormigón y gruesas capas metálicas, también es cierto que existe una propiedad de los materiales que es la fatiga. Un material sometido a un esfuerzo oscilante, repetido o alternante, puede romper bajo otros inferiores a su capacidad resistente normal. Esto que dicho así es muy farragoso, lo podemos entender fácilmente si pensamos en cómo rompemos un alambre con las manos. No lo hacemos estirando de los extremos sino que lo vamos doblando una y otra vez hasta que sentimos que cada vez está más “blando” y se rompe. Lo hemos roto por fatiga. Este mismo fenómeno puede estar produciéndose en los aislantes de los reactores, sobre todo de las centrales más antiguas, como es la de Fukushima. Otra pregunta es ¿Por qué no se tomaron medidas eficaces después del terremoto y tsunami de julio 2007, de menor magnitud y que provocó dos fugas radiactivas en la central de Kashiwazaki-Kariwa, el complejo más grande del mundo con 7 reactores? En aquel momento el OIEA lanzó un "llamado de atención al mundo" en el que alertaban que "la mayor amenaza para una central puede estar fuera de sus paredes: huracanes, inundaciones, incendios, tsunamis, volcanes, terremotos." Por último ¿Por qué se permitió el funcionamiento de una central nuclear no sólo en una zona de alto riesgo sísmico como es la costa noreste de Japón, sino junto al mar? Por muy bien proyectada que estuviera Fukushima desde el punto de vista sismorresistente, es evidente que su ubicación costera a bajo nivel era una bomba de relojería. Tal vez su instalación sobre un pedraplén nos hubiera salvado de la catástrofe añadida a la que nos enfrentamos. No hemos de olvidar que la contaminación radiactiva no es como la química, que su efecto es relativamente corto. El plutonio 239 que se está encontrando ahora en suelos cercanos a la central tiene un periodo de semidesintegración muy elevado, de 24.360 años. Esto quiere decir que va a conservar su potencial radiactivo durante mucho tiempo, más allá del que duren las noticias sobre el tsunami y la central nuclear.

La radiactividad que se está escapando de la central de Fukushima no es ningún fenómeno mediático. Es un asunto extremadamente serio que debe –y así parece que es- hacernos plantear la idoneidad de la energía nuclear, o si por el contrario, y ya que cada vez somos más dependientes de la energía, apostamos decididamente por energías renovables y limpias a corto, medio y largo plazo.



miércoles, 16 de marzo de 2011

en la capital de la tecnología faltan productos básicos



Vivimos rodeados de gadgets electrónicos. Cada día uno nuevo. Todo comenzó con las calculadoras que no nos dejaban llevar a los exámenes. Después llegó el PC, evolucionando sin parar desde aquellos antediluvianos amstrad. Quisimos grabar las pelis de la tele o ver otras cuando quisiéramos y nos llenamos de VHS, cuya victoria sobre el resto de formatos duró hasta que llegó el DVD. También había que llevar la música a cuestas, y salieron los discman. Queríamos más y empezamos a llevar también el teléfono a cuestas. Y todo empezó a ser cada vez más tecnológico y pequeño. Las películas fotográficas y sus correspondientes cámaras pasaron a la historia y se impusieron las cámaras digitales. Pero para verlas hacía falta un ordenador. O mejor aún aquellos marcos digitales que se pusieron de moda unas navidades y que ahora nadie enciende y viven arrinconados en la segunda fila de la estantería. Luego nos convencieron de que lo mejor era tener un e-book, que ocupa poco y puedes leer muchos libros. Y para divertirse nada como toda esa serie de videoconsolas de distintos tamaños, portabilidades y dimensiones para experimentar todo tipo de sensaciones en cualquier lugar. Y ya no hubo vuelta atrás. Cada vez más tecnología, cada vez más dependencia. Yo misma estoy escribiendo en mi portátil conectado a Internet por un router wifi, igual que la impresora, y con varios periféricos que hacen escasear los puertos USB. Pero, a pesar de tanta tecnología inalámbrica, todo tiene al final un cable, o varios. Y esos cables terminan en una clavija conectada a la red eléctrica. Y ahí la liamos.

No reniego de la tecnología, en tanto en cuanto nos ha permitido una serie de avances impensables hace tan sólo 30 años. Sin embargo nos ha hecho absolutamente dependientes de esa clavija que nos conectan directamente con unas fuentes de energía que no queremos conocer, mientras luzca la lámpara que me alumbra, pueda teclear y mi móvil tenga batería. Este fin de semana comentaba con una amiga que me iba a comprar un camping-gas porque si hubiera un apagón ni siquiera podría calentar la leche del desayuno de mis hijos.

Y ahora, la capital de la tecnología está medio a oscuras y sin alimentos porque el planeta ha estornudado y ha dejado muy maltrechas algunas de las centrales nucleares que nutren las clavijas de sus aparatos. Y de paso, ha vaciado las estanterías de sus tiendas. Tienen aparatos que no se pueden comer, porque no creo que sea muy digerible la tortilla de microchips ni el caldo de smartphone.

La lengua de agua se ha llevado por delante todo lo que ha encontrado a su paso y ha dejado tambaleándose el país mejor preparado para los terremotos. Pero, como siempre, el ser humano no para de mirarse el ombligo en nuestra minúscula permanencia en la Tierra y creía dominar la Naturaleza. De vez en cuando el planeta se encarga de ponernos en nuestro sitio. Llevamos apenas un ratico en esta Tierra de miles de millones de años, en la que lo que está pasando, los terremotos, volcanes, lluvias torrenciales, etc, son una serie de fenómenos naturales que han ocurrido a lo largo de los distintos periodos geológicos una y otra vez, con la misma tendencia a la repetición. Ahora bien, hay dos hechos irrefutables: el primero es que el ser humano es tan tonto que se dedica a edificar sus ciudades e instalaciones donde sabe que tarde o temprano va a tener problemas, pero en su miopía temporal confían en el periodo de recurrencia de 500 años. El segundo es que somos tan presuntuosos que pensamos que podemos llegar a dominar el planeta con nuestro ingenio y nuestro conocimiento. Pero éste tiene mucha más paciencia, y tarde o temprano devuelve la bofetada corregida y aumentada. Millones de años de experiencia sirven para algo.

martes, 8 de marzo de 2011

364 días más


Como todos los años volvemos a escuchar la misma letanía de las diferencias salariales entre hombres y mujeres, la reivindicación del trabajo de ama de casa o el gran número de universitarias y poco de catedráticas. Siempre igual. Todos los años lo mismo. Un día, a lo sumo unos días previos, en el que el cerebro se nos tiñe de violeta. El nueve de marzo vuelve a ser tan gris como siempre, y ya somos un asunto tan viejo como el periódico del día anterior. Hemos fagocitado la noticia un año más, cumplido el ritual. Vamos a mirar el calendario para ver cuál es el siguiente día internacional, europeo, nacional o de mi barrio que toca. Y volveremos a hablar –mucho- de ese tema. Hasta agotarlo un año más.

Para vuestra información y que os vayáis preparando, os dejo este enlace de los distintos días “especiales” para algo: http://www.diainternacionalde.com/ O sea, que nos vamos a olvidar de las mujeres para al día siguiente estar centradísimos en los riñones, que olvidaremos pronto para hablar mucho, pero mucho, de las víctimas del terrorismo, con su correspondiente aciago aniversario. Y pasaremos día y página y lo más importante será los riesgos del glaucoma… y así nos iremos comiendo el mes y el año, volcándonos como locos en diferentes temas para olvidarlos al día siguiente en una suerte de amnesia colectiva tan apabullante como dirigida.

Y mientras las mujeres trabajadoras seguiremos batallando cada día por nuestro trabajo, nuestros hijos y nuestra vida, tragándonos angustias y alegrías porque hay que estar ahí aguantando mecha y echándole esos órganos masculinos que biológicamente nos faltan pero que en sentido figurado no hacemos más gala de ellos porque nos parece tan natural que no necesitamos hacer ostentación. Porque ésa es la clave: Para muchas de nosotras es natural levantarte cronometrando tu vida y pensando en cómo compaginar y poder hacer varias cosas a la vez. Llevamos grabado a fuego un cronograma interno en el que se superponen las tareas para aprovechar el tiempo al máximo. Y cuando llegamos a casa, solas o acompañadas por nuestros hijos, no nos tiramos en el sofá a descansar zapineando, sino que aún no nos hemos quitado el bolso y entramos en la cocina a que se vaya calentando el agua para hacer la comida o calentando algo en el microondas o poner la lavadora, o recoger la ropa del tendedor o llenar la bañera para los niños o…

Lo ideal sería que no existiera este día, q no hiciera falta reivindicar lo que debería ser una realidad, que las mujeres existimos, somos visibles más allá de una apariencia y que no es que seamos iguales, que afortunadamente no lo somos, a los hombres, pero somos capaces de trabajar de la misma manera igual que ellos. Y ellos, salvo parir, pueden hacer lo mismo que nosotras. Lo dicho, ojalá no existiera este día porque querría decir que todo es normal.