jueves, 31 de diciembre de 2009

vergüenza, visibilidad y esperanza



Y sobre todo, felicidad. Por supuesto. Ésos son mis deseos para este 2010.




Que por fin cunda la vergüenza entre políticos de medio pelo con ínfulas de estadistas, los de cuarto de pelo que prevarican con nuestros euros y los grandes “líderes” mundiales que se pasean en limusinas y enormes aviones para hacer como que salvan el planeta que se están cargando con sus actitudes y sus decisiones. Vergüenza para todos los que cada principio de año nos llenamos de buenos propósitos de adelgazar, hacer más ejercicio y ponernos a régimen para contrarrestar los exceso navideños –y de todo el año- mientras una gran parte de la población mundial pasa hambre, y no demasiado lejos de nuestras narices. Vergüenza entre los grandes gurues financieros que nos han arrastrado a esta omnipresente crisis pero que ha llevado al paro a los de siempre, a los que no tenían la culpa, peones sacrificables de un indecente tablero de ajedrez, mientras ellos se siguen llenando los bolsillos con las ayudas de los gobiernos, es decir, nuestros impuestos; es decir, tu dinero y el mío. Y el de todos esos nuevos parados.

Visibilidad de todas estas personas que sufren esta situación, que aquí todo el mundo se queja pero nadie actúa. Visibilidad de todos esos conflictos olvidados que Gervasio Sánchez se empeñó en recordarnos el año pasado en su blog “Los desastres de la guerra” pero que ya “no existen” porque no salen en las noticias. Visibilidad de toda la gente que trabaja para los demás, que gracias a ellos los gobiernos de esos países emergentes pueden jugar a superpotencias económicas y nucleares, mientras su población no termina de morirse de hambre gracias a ong’s.

Pero visibilidad también de la gente que sonríe todos los días, que construye su pequeño mundo más justo y solidario, que desde su microeconomía ayuda a personas, comprando en la tienda de la esquina y no en el hipermercado, apoyando con su decisión a esos valientes que quedan que han apostado por ofrecer algo más que un producto o un servicio: profesionalidad y humanidad. Visibilidad para ellos, todos los que ejercen de seres humanos, que se acuerdan de que existen las palabras y los sentimientos positivos, que el vaso está medio lleno siempre que quede alguna gota, y si no queda, a peor ya no puede ir así que a llenarlo. Visibilidad para la esperanza.

Esperanza de esa visibilidad, de que dejemos de fruncir el ceño. De que sepamos mirar más allá, de que el mundo no se acaba, que crisis ha habido muchas y de todas hemos salido. De comprender que nada es eterno y que todo cambia. Que el cambio es posible, puede que doloroso, pero siempre positivo, porque del cambio se aprende y aprender, siempre es beneficioso. Ya os lo he dicho alguna vez. Esperanza de que ese cambio se extienda como una saludable pandemia por las mentes de la humanidad, y llegue a todos esos políticos y magnates que controlan nuestra vida para que esa vida vuelva a ser nuestra.

Todo cambia, ya lo cantaba Mercedes Sosa, que se fue este 2009 (eso es lo único irremediable) según versos del poeta chileno Julio Numhauser:




Sí, felicidad, nada más –y nada menos- que felicidad es lo que os deseo.



viernes, 18 de diciembre de 2009

el invierno en el valle reseco



Amanecer de invierno en el valle reseco


El invierno en el valle reseco no da imágenes espectaculares. No se sacan postales de la cuidad nevada. Tal vez, y con suerte, un día al año. Y ese día es obligatorio que los niños vayan al cole. Quién los va a privar de sus bolazos de nieve.

El invierno en el valle reseco no se manda en fotos. No se ve. Se siente. Y lo único que se puede hacer es describir esas sensaciones. Para hacerlas visibles.

El invierno en el valle reseco es implacable. Es frío. Frío con todas sus variantes. Es el anticiclón impertérrito. Frío seco, ventilado y helador que te azota desde las montañas nevadas. Crueldad infinita que te priva del paisaje y te trae multitud de filos helados que cortan la piel. Invierno de orejas frías, nariz roja y sabañones. Es viento. Viento inmisericorde que te envuelve y que te lleva, que traspasa cada fibra. Que aturde, ensordece y enloquece. Viento arrasador que lo mismo tira hojas que tejas. Viento bravo que arrastra personas, tierra y agua. Viento purificador que limpia el aire que respiro.

Viento que se calma. Que se va y se lleva el Sol. Y llega ella, la dama gris, la más espectral, triste y opresiva. La niebla que nubla nuestra vista y nuestra alegría. Penumbra en el alma. Mañanas heladas. Huesos que rehúsan el movimiento. Tuétanos entumecidos. Angustia tras los cristales empavonados. Días sin alegría. Termómetros sin grados. Y pesar de saber que a unos metros más arriba de nuestras cabezas luce el Sol, hay calma y los mediodías son tibios.

Mañanas de escarcha, tan frías que hasta la propia niebla se congela. Y te haces la ilusión de que nieva aunque sabes que no es verdad, que es el propio frío que no se aguanta. Pero los niños van ese día a la escuela a tirarse bolazos de niebla helada. A falta de otra cosa en el invierno en el valle reseco.




domingo, 6 de diciembre de 2009

ese señor alemán...




"Llueve. Detrás de los cristales llueve, como dice la canción que ella nunca conoció. Ni conocerá. O de la que ya no se acuerda. Pero llueve, y no hace mucho que ha empezado, aunque de eso ya tampoco se acuerda. Sentada en su sillón -siempre le dejan un orejero para ella- contempla las siluetas negras de los pinos de más allá del jardín. Sus ojos verdes, vidriosos, están perdidos en algún punto en el horizonte. O tal vez más cerca. No se sabe. No lo sabe. Sólo deja pasar el tiempo.
De repente, oye la voz de Laura fuerte, clara y contundente como ella, pero esta vez, cantarina. “Elisa”, le llama, “Elisa, que tienes visita” Laura es pura energía. Alta, fuerte, el pelo corto y la mirada decidida, detrás de sus gafas ovaladas. Laura la cuida como nadie. “Elisa, que tienes visita”. Elisa se vuelve pausadamente. “¿Visita? ¿Quién puede venir a verme ahora? ¿No ven que está lloviendo?”. Pero ahí está otra vez él, El Hombre de la Barba Entrecana, que tanto viene a verla y tan cariñoso es. Pero esta vez no viene solo. Viene con un montón de gente, todos muy sonrientes y guapos. “¡Que gente tan elegante!” piensa. A la vez que descubre una figura vestida toda de blanco al fondo, oye al Hombre de la Barba Entrecana que le dice “Hola, madre” -¿Hola, madre?, se dice- y le da un beso."

Éste es un fragmento de una novela inacabada -apenas empezada- que reproduce una escena real. Una más de las que vivieron mi padre y su madre, aquejada , y por fin vencida, por alzheimer.


Todo esto viene a cuento en un día como hoy, día de la Constitución, en que el texto se ha quedado huérfano de uno de sus "padres", Jordi Solé Tura. Anoche estuve viendo el reportaje realizado por su hijo Albert en 2007, "Bucarest, la memoria perdida" y me sobrecogió. Me sobrecogió en primer lugar la entereza y valentía de un hijo, no exenta en determinados momentos de un puntito de morbo, que rinde homenaje a su padre y a la figura de su padre, a la vez que lucha por no perder su memoria histórica y sentimental. Es un ejercicio de amor y valentía, de desnudo total de una realidad de un hombre iluminado por una inteligencia brillantísima que termina por no saber cómo se llaman su mujer y su hijo. Eso también me sobrecogió.

No es el único caso de personaje conocido y de incuestinable inteligencia y capacidad afectado por este mal. ahí están también Pascual Maragall, o Antonio Mercero, premio Goya de Honor y que, también en 2007, dirigió una película sobre este tema: "¿Y tú quién eres?"

Triste. Triste y frustrante lo de esta enfermedad que se cuela en los entresijos de las neuronas y es capaz de acabar con mentes tan claras como éstas. Me da miedo esa ruleta rusa de la que los investigadores aún no han dado con la causa, tan sólo con algunos mecanismos. Da lo mismo que tu cerebro sea el de un genio o no lo hayas usado en tu vida. No respeta. Me da miedo que me pudiera suceder a mí, uno de los factores que señalan es el genético, y perder la memoria de mi vida, llegar a un punto en que no recuerde todos los instantes felices, todas las luchas. Las ideas. Irme de vacío. Recorrer este tiempo que tenemos, que no es otra cosa la vida, en sentido circular y terminar siendo como una niña, un bebé arrugado cuyos balbuceos no provoquen alegría a mi alrededor sino dolor.

¿Qué hacer, entonces, si no hay remedio?