jueves, 14 de enero de 2010

terremoto



Las personas somos como la Naturaleza –no olvidemos que pertenecemos a ella- y podemos estar viviendo un momento de lo más apacible e incluso idílico, cuando de repente surge un terremoto emocional y lo manda todo a la mierda. Donde antes había paz ahora hay dureza, donde hubo comunicación, ahora hay incomprensión y donde amor, espalda. Bien es verdad, que igual que en la Naturaleza, un terremoto de la misma intensidad no causa los mismos efectos en Japón –ejemplo típico- país desarrollado con edificios diseñados y construidos para aguantar seísmos de gran magnitud, que en Haití, uno de los países más pobres de la Tierra y el que más de América, donde las casas apenas existen para proporcionar un techo y poco más en la mayoría de los casos.

En el caso de los seres humanos ocurre algo similar. Un terremoto emocional en una relación consolidada, sin dudas, no tiene los mismos efectos devastadores que en una relación que parece un baile de Ricky Martin “un pasito pa’lante, María, un pasito pa’tras”. Pero en cualquiera de los casos, siempre tiene consecuencias y produce microfisuras en los cimientos.

Cuando ocurre un terremoto en la Naturaleza y afecta de manera tan grave y atroz a un país, como ha ocurrido ahora con Haití, la ayuda internacional es fundamental para socorrer a los que se han quedado sin NADA. Y en ese nada incluyo familia, casa, país o vida. Esa ayuda es clave y los países ricos tienen que dejar de mirar su ombligo financiero y arrimar el hombro (vergüenza, ¿os acordáis?). Cuando ocurre un terremoto emocional, son los amigos los que proporcionan esa ayuda humanitaria tan necesaria y dejan atrás sus problemas y te apoyan y escuchan. Sólo que en esta ocasión, la relación puede ser biunívoca y sabes que ellos también pueden necesitar de tu ayuda en algún momento.

La Naturaleza tiende a ser más drástica y despiadada que nosotros y cuando crea problemas, los crea de verdad. Y a lo mejor, instantes antes del terremoto, en una pareja haitiana alguien mandó a la mierda a alguien e inmediatamente después se cumplieron sus palabras, dejando esa rencilla en una anécdota frente al horror de la pérdida absoluta.

Afortunadamente las personas somos más que naturaleza y antes de llegar a los terremotos tenemos la capacidad de pensar nuestras palabras y acciones, que pueden ser dichas o hechas en un momento inoportuno y desencadenar un terremoto, que siempre avisan, pero poco.

También tenemos la capacidad de manejar nuestra voluntad, de pedir perdón y perdonar, e intentar reconstruir desde las astillas algo nuevo. Ésa es la diferencia con la Naturaleza.


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