domingo, 2 de abril de 2017

buceando entre micromachismos




El otro día paré en una gasolinera a la salida de Teruel. Desde que me bajé del coche hasta que me volví a subir en él uno de los empleados que me atendió me debió de decir una media docena de veces “guapa”, “preciosa”, “princesa” y otras “lindezas”. Juro que no lo conocía de nada. Cuando arranqué me sentí bastante molesta no sólo por no haberle dicho nada, educación —y prisas— obligan, sino porque además estoy segura de que al camionero bigotón que paró en el boquerel de al lado no le debió de destinar ni un solo piropo similar (o tal vez le dijera, “campeón”, “machote” o así, pero dudo que lo hiciera si no lo conocía, como era mi caso).
En realidad, casi me debería considerar “afortunada” porque no se refirió a mí como “zorra”, “chochito” o “puta”, que también hubiera podido ser…
Lamentablemente, este último es un modo frecuente de hablar entre los y las adolescentes, y nos es raro oírlo o leerlo en sus conversaciones, sean de viva voz o virtuales. A mí se me cae el alma a los pies. ¿En qué momento hemos fallado los padres y madres —sobre todo— que hemos procurado dar una educación igualitaria a nuestros hijos e hijas? “La educación y la actitud en la vida dependen de una insistencia día a día, y mucha paciencia como padres. Quitar estereotipos sociales cuesta lo suyo”, decía una amiga comentando unos de mis artículos. “Es una carrera de fondo”, apuntaba otra amiga en la misma conversación.
Entonces, tal vez sea que, por mucho que nos esforcemos, no podemos tenerlos en una burbuja, que desde pequeños se están relacionando con los hijos de los padres que llaman “nenazas” a los que no tienen un comportamiento netamente masculino… como es el caso de los que la emprender a golpes en un partido de fútbol infantil. Olé el ejemplo. Los chavales, chicos y chicas tienen que salir del cascarón, rebelarse para autoafirmarse, “matar” a la madre, en el caso de las chicas. Y entran en la dinámica dominante en el grupo, aunque ésta sea claramente machista, aunque ellas se proclamen feministas. Otra amiga mía, profesora de instituto, apuntaba que como educadora veía muchos chavales que ya venían con unos prejuicios y comportamientos que distan mucho de la igualdad y el respeto a la mujer. Y es que detrás de muchos fenómenos de bullying a las chicas laten fuertes estos comportamientos sexistas. Poco va a poder avanzar la sociedad si estas generaciones no cambian hacia espacios de igualdad. Sin embargo, la tendencia parece ser la contraria y muchas de las hijas de las que proclamábamos la igualdad ven cómo sus jóvenes parejas las controlan física o virtualmente. El móvil, esa arma de celo masivo…
Pero es que el micromachismo nos lo inoculan desde nuestra más tierna infancia, sutil e inocentemente (o no…) y así pasamos sin solución de continuidad de que al pasar la barca nos diga el barquero que las niñas bonitas no pagaban dinero (a lo que en la misma canción la niña respondía que no, que pagaba renunciando a su belleza, que es, en última instancia, por lo que se “valora” a las mujeres) a entrar gratis en las discotecas y, si van sin bragas, te dan cien euros. Entre estos dos extremos nos encontramos tantos ejemplos que muchas veces te llaman exagerada si un comportamiento socialmente aceptado lo tachamos de micromachismo. Los tenemos en casa, en las calles en los bares, en el trabajo, en las canciones…
Qué decir de los medios de comunicación, en los que también hemos experimentado un retroceso, y no solo siguen proliferando los anuncios claramente machistas —aunque sea para vendernos una leche infantil que contribuirá a que los niños logren un futuro como matemáticos y las niñas como bailarinas— sino también en los programas generalistas o incluso los informativos. Tenemos los presentadores más feos (y en algunos casos, más babosos, como el del hormiguero) acompañados de las presentadoras más guapas y mucho más jóvenes. Y nótese este matiz: son ellas las que acompañan a ellos, no al revés. Zasca, otro micromachismo. También abundan en los contenidos: las políticas destacan por el colorido de sus chaquetas, y cuando se reúnen, no importa lo que tratan sino lo bien torneadas que están sus piernas.

Debe de ser que no queda suficientemente claro que al nacer no sale de la placenta ningún manual de comportamiento y obligaciones por ser mujer, como dijo mi buena amiga Cristina García, con lo que desde ese mismo momento somos todos iguales. Sin embargo, los micromachismos, representados en la parte baja del iceberg de la violencia de género, nos envuelven, y en lugar de nadar libremente, buceamos entre ellos intentando zafarnos de sus dentelladas de admisión social, tradición y excusas. 



http://www.elpollourbano.es/nosotras/2017/03/buceando-entre-micromachismos/

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