martes, 23 de septiembre de 2008

márketing indio




Por primera vez en mi vida me he sentido rica.

Cambié 200 euros y me dieron un fajo de billetes indecente. Y como además no tuve tiempo de reconocerlos al tacto, cuando iba a pagar algo sacaba un puñado de valor indeterminado. Ahí estaban en mi bolsillo, como en el de los nuevos ricos rurales que vienen a la FIMA. Y siempre salía lo primero un billete de 500 rupias. Venían a ser tan difíciles de cambiar como uno de 200 euros aquí. Con la diferencia de que, al cambio, son aproximadamente siete euros y medio.

Y así, miles de turistas por toda la India. Y, claro, eso hay que aprovecharlo.

Ni CESTE, ni ESYME ni carísimos másteres de márketing. A todos esos lobatos aprendices de grandes hombres de negocios les recomendaría que se dieran una vuelta por la India (Rupiastán). Allí, las técnicas de ventas, desde las más sutiles a las más agresivas, son de lo más inverosímiles, con distintos grados de eficacia, obviamente.

De menos a más, tenemos los vendedores ambulantes de los trenes y autobuses, que van cantando su mercancía, en una larga y monótona letanía, al mismo ritmo que van andando. Y como no estés al quite, te quedas sin el chai para el desayuno. Pasan de todo, porque el negocio lo tienen seguro.

Luego está el típico bazar, donde el vendedor está ojo avizor del paseante ocioso con dinerito fresco en el bolsillo. No se te ocurra pararte una décima de segundo delante de su tienda, ni mucho menos tocar el género para comprobar su calidad, porque ahí ya has palmado. Se lanzan a ofrecerte sus productos más que insistentenemente. Te cohartan tu occidental costumbre de mirar porque sí, por placer. No te los quitas ni con agua caliente. A este respecto, recuerdo que me chocó mucho cuando visité el pabellón de la India en la expo -que se restringía a un bazar de productos indios de dudosa calidad- que me metí a la vuelta de mi viaje para ponerlos a prueba. Miré, me paré, toquiñeé... y nadie me abrumó. Y me han dicho que ni siquiera regateaban. Definitivamente, era un pabellón muy poco representativo de la realidad india. Olía bien.

Mención aparte merecen los que intentan venderte algo que ya tienes, que te ven con una pashmina e intentan venderte otra. Que llevas un tatuaje en la mano, te preguntan cuánto te ha costado y que ellos te lo hacen más barato. Incluso vieron que uno de nosostros se había encargado un traje a medida y cuando casi lo tenía hecho le asalta otro por la calle y le dice que lo había visto en la tienda del otro sastre y que él se lo hacía más barato. Que digo yo que si ya tengo una pashmina, una mano tatuada y un traje, ¿para qué quiero más? Que una ya no sabe si lo que pretenden es vender o hacerte sentir gilipollas. O ambas cosas.

También están los vendedores políglotas, que te echan el ojo a tu carita de latino y deducen que eres español, italiano o francés, en este orden. Y no les digas la verdad, porque te has caído con todo el equipo. Se han aprendido las cuatro palabras fundamentales para liarte e intentar que salgas de la tienda con las manos llenas y el bolsillo vacío. Fue ése el momento en el que hicimos un vertiginoso cambio de nacionalidad y, a la pregunta de "which country" respondíamos instantáneamente y al unísono: "LAPONIA"

Jaipur fue mi banco de pruebas de compras indias. Empecé comprando lo que no quería delante del palacio de los vientos. Pero luego las técnicas se fueron sofisticando. Hubo uno que acertó con nuestro idioma, fundamentalmente porque había estado en España varias veces ¡una de ellas en Zaragoza! Menos mal que antes habíamos mentido convenientemente y le habíamos dicho que éramos de Granada (olé el acento). Estuvimos cerca de una hora hablando con él. El tipo aguantó. Éramos cuatro presas y parecíamos simpáticos. No hacía mención de invitarnos a pasar a su tienda. Lo hizo muy bien. Después de una hora de pie, porque estaba lloviznando y no había ni un solo sitio seco o limpio donde aposentar el culo, nos invitó a que nos sentáramos en su tienda. Llevábamos todo el día dando vueltas y parecía una buena idea... En mi tierra la llamarían somarda la manera en que poco a poco nos fue sacando el género a ver si picábamos. Pero ese no era nuestro día de compras. El tipo, tan amable al principio, se quedó francamente molesto porque, tras invertir hora y media de su precioso tiempo con nosotros ,no le compramos nada.

Pero es que antes habíamos asistido a la mejor y más imaginativa estrategia comercial que yo conocía hasta aquel momento. Y después de aquello, ya nada nos sorprendía. Todo empezó con Baku y sus relojes. Un tipo, un gancho de los que por ahí abundan, comisionistas profesionales, le asalta al oirlo hablar y le pide por favor si le puede escribir una carta en castellano a Carmen, su novia española. Baku no se lo quita de encima y lo trae hasta donde estamos los demás. Por unanimidad -y despiste mío- deciden que traduzca yo la carta, que tengo mejor letra, etc, etc. O sea, me pringan. La historia me parecía alucinante y, en el convencimiento de que en la India todo puede pasar, acepto y comienzo a escribir la amorosa carta. Que romántico, a pesar del trozo de papel arrancado de un cuaderno apautado, que hace falta ser cutre. Según iba escribiendo, iba mirando al fulano y pensaba para mis adentros cómo sería la tal Carmen, porque, menudas tragaderas debía de tener la pobre, que era para ver al interfecto. Mequetrefe, medio desdentado, y con un siete en la camisa que una vez fue blanca. Y es que, ya lo dijo el torero, "hay gente pa'tó". Pero, en fin, todo el mundo tiene derecho a enamorarse... Conforme yo iba escribiendo y se me ocurría decir que qué bonito era aquello que le estaba diciendo, el tipo me empezó a soltar la que luego sería una casi interminable tanda de tres besos en las mejillas, pero cada vez más centrados. Me pregunté si esa era la técnica de seducción que tan bien le había ido con la susodicha Carmen.

Cuando por fin terminé la carta, me dijo que quería regalarme algo por mi amabilidad. Yo le dije que no, que con que fueran felices, era bastante, pero el tío insistía. Nos teníamos que ir a comer. Pero insistía. Al final me pregunta que cual era mi color favorito y yo le respondo que el violeta. y se me lleva -se nos lleva- al taller de joyería de un "amigo" a regalarme unos pendientes. Cruzamos la avenida principal y el tío me coge de la mano (ya había perdido la cuenta de las tandas de besos...) ¿Pero no decían que en la India estaba mal visto eso? Nos mete por callejuelas y vericuetos insospechados y ya me coge de la cintura. La imagen de Carmen se iba difuminando en el hediondo aire conforme íbamos avanzando. Las dudas sobre su existencia eran cada vez más sólidas. Por fin llegamos a la tienda del "amigo", o sea, el que le pasa la comisión, y nos dice que nos va a enseñar un álbum con las fotos del viaje por Europa. ¡Aún no estaba todo perdido! ¡Por fin le iba a ver la cara a la tal Carmen!

Efectivamente, el álbum era de un viaje a Europa, pero del dueño de la tienda, no del fulano y, mucho menos, de Carmen. Me da mis pendientes y nos empieza a ofrecer género. Los pendientes no son un regalo, son un chantaje psicológico para vernos obligados a comprar. Como tenían una cosa que me interesaba -y que la interesada luce actualmente todos los días en su cuello- acepté comprar, ya bastante harta del "novio" de Carmen intentando hacer diana y ofreciéndose a hacerme un masaje en la trastienda. Pobre Carmen...

Jamás, jamás había oído hablar de semejante sutil y enrevesada técnica. Hay que ser muy listo. O indio.

Jaisalmer era otra historia. Más imaginativos, como los de aquella tienda que tenían carteles colgando de sus colchas de espejitos que decían que con esas colchas no necesitabas viagra, o más amables, como aquel chaval, Shoda, al que le fui a comprar una libreta de cuero y no sólo me la regaló -mi precio inicial de regateo fue muy bajo- sino que además estuvimos hablando un rato y nos informó de cosas interesantes de la ciudad. Al día siguiente, terminé comprándole una pashmina para una amiga.

Pero sin duda, sin ningún tipo de dudas, chicas, la mejor estrategia comercial eran los ojos de Sandokan de un vendedor de camisetas en Pushkar. A poco me quedo allí regateando ad eternum...


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Madreee, cómo te enrollas. Y luego dices de otras! Mira que cuando he acabado de leer esta entrada se me ha olvidado lo que has escrito al principio. No me extraña que te costara tanto publicarlo :)
Y... Qué idea me llevo? Pues que el ingenio guarda alguna relación matemática con el grado "n-mundista" del país. Y las ganas de ligar, con el tamaño de la neurona!

Aupaedurne dijo...

Habida cuenta de dónde suelen tener LA neurona los tíos...