sábado, 9 de marzo de 2019

no me des lecciones de feminismo






Amanezco este nueve de marzo un tanto brumosa, después de un #8M intenso. No hice muchas fotos, y las que hice no son muy buenas. En realidad, me dediqué a vivir las distintas reivindicaciones a lo largo de todo el día, en mi huelga particular.

Un año más me emocionaron las estudiantes –y sus compañeros- en la manifestación. Hay futuro. Al mediodía la plaza del Pilar se llenó para reventar “El cuento de la criada”, esa distopía de Margaret Atwood en la que las mujeres perdemos todos nuestros derechos y vivimos sometidas a nuestros maridos –las de clase alta- o a nuestros dueños –todas las demás- convertidas en vientres reproductivos. Suena tan parecido a eso que eufemísticamente llaman “gestación subrogada”,·que ya es una realidad y que siempre tiene un único sentido: pareja pudiente alquila una mujer para que se destroce su cuerpo con el embarazo y parto de un bebé ajeno al que no le podrá unir ningún vínculo afectivo.




Por la tarde participé, otro año más también, en la manifestación convocada por la plataforma #8M. He de reconocer que no las tenía todas conmigo. Pensé que no tendría la repercusión del año pasado. Afortunadamente, estaba equivocada. Después de más de dos horas y media, a las nueve de la noche solo había conseguido llegar a la plaza España desde el Paraninfo. Agotada e invadida por necesidades primarias, decidí dejarla, satisfecha por comprobar que nos habíamos superado. Que ese grito unánime que se resumía en que “la revolución será feminista o no será” es cada vez más fuerte y, lamentablemente, necesario.




La tarde anterior había asistido a la inauguración de la Exposición “ULTRAVIOLETA. Didácticas desde los feminismos” y leí un texto que me ha hecho reflexionar bastante: “Desde sus albores más tempranos […] el movimiento por los derechos de las mujeres ha tenido entre sus cometidos la re-educación de una sociedad siempre recelosa ante sus reivindicaciones. Ya en el siglo XV, durante la llamada Querella de las Mujeres, un gran número de autoras [..] comienzan a generar textos contra la misoginia que sufren e identifican, explicando el fundamento cultural, y no natural, del trato desigual del que son objeto.

Desde entonces, el esfuerzo del feminismo en el plano pedagógico ha sido ingente, suponiendo a menudo una gran inversión de tiempo y energía. A las activistas o, sencillamente, a las personas que se definen como feministas, se les exige además una disposición plena y una actitud siempre didáctica, dando por sentado una dedicación que no es reconocida ni valorada a nivel externo: una tarea invisibilizada que a menudo supone una pesada carga pero que también tiene brillantes expresiones.

No le falta razón. Parece como si tuviésemos que estar continuamente explicando y hasta justificando nuestro feminismo, más o menos público, pero siempre activo. Y es que ayer mismo era tachada de poco menos que arribista, que solo era feminista desde hacía tres años, que nunca me habían visto anteriormente en manifestaciones ni actos. Me lo decía una persona que me conoce, o al menos eso creía, bien, un hombre que tuvo que buscar su postura feminista cuando era joven, allá en los setenta, precisamente en el mismo momento en el que yo, en mi casa, estaba recibiendo una educación en igualdad. Igualdad de oportunidades en el estudio, igualdad de obligaciones en casa, igualdad de derecho al trabajo. Recibía mensajes de parte de mi madre de “ten siempre tu propia independencia económica, no dependas de nadie” mientras ella se iba a trabajar todas las mañanas taladrando mis oídos con sus tacones por el pasillo. Crecí creyendo en esa igualdad, en esa independencia no solo económica, sino también social, afectiva e intelectual. Elegí el camino de las ciencias que parece vetado a las mujeres. Elegí el camino de la Geología, de grandes soledades en el monte. Elegí el camino de la construcción en un mundo de hombres. Elegí ser libre, y no atarme a quien me intentó doblegar, menospreciar, anular. También había elegido años antes el mudo del deporte, desde crear mi propio equipo de fútbol sala hasta carreras de orientación en bicicleta de montaña. Elegí caminos difíciles, vetados normalmente para una mujer. Elegí vivir de manera natural como una persona, sin distinción de sexo ni de género. Porque pude elegir. Y eso, también es verdad, se lo debo a las mujeres que me precedieron.

Y tal vez precisamente porque me parecía natural no debí de estar en esas expresiones públicas del feminismo de las que hablaba, tal vez, entre otras cosas, porque hasta hace muy poco, nos habíamos movido en distintos ámbitos, y era difícil que pudiéramos coincidir. O tal vez incluso puede ser que el que no me viera –porque no me conocía- no quisiera decir que no estuviera allí. No recuerdo exactamente dónde me he metido, porque he participado en muchas cosas a lo largo de mi vida. Sí recuerdo haberme encarado en los años noventa con políticos presuntamente de izquierda que dudaban del feminismo y de la brecha salarial, por ejemplo. También durante la carrera adopté posturas de defensa de las mujeres contra los profesores arriesgando mi expediente. He dejado parejas cuando me querían someter y, por supuesto, jamás he tolerado un mal trato. Es más recuerdo en el equipo de fútbol sala, como a una jugadora, ocho años más joven que yo, su novio la insultaba e incluso creo que la llegó a agredir. Yo me quedé aterrada porque no me podía imaginar que esos comportamientos se siguieran dando en gente tan joven. Han pasado más de veinticinco años desde entonces y lamentablemente, se siguen dando entre los chavales de la generación de mis hijos.

Cansa, cansa profundamente estar haciendo continuamente didáctica del feminismo, que es lo mismo que decir hacer didáctica de tu propia vida, para que luego venga un hombre a dar lecciones. No, gracias. No me cuentes mi vida.

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